La Ley está omnipresente en la Biblia. Basta pensar en los dos decálogos (Ex 20 y Dt 5), pero también en los demás códigos de la ley presentes en la Biblia, como el código de la alianza en Ex 21-23 o el código de santidad en Lev 17-25). Basta pensar en los casi incesantes recordatorios de los profetas de que Israel como pueblo, con su rey, debe ser más fiel a la voluntad de Dios. No olvidemos el terrible final de Salomón por no observar la Ley. Entonces, ¿cómo podemos vivir nuestra fe en un Dios misericordioso con tales exigencias, tan legalistas a priori? ¿Son realmente compatibles la Ley y la fe?

M. Chagall, La entrega de las Tablas de la Ley a Moisés en el Sinaí

Para responder a esta pregunta, debemos examinar por un momento el significado de la Ley como tal en la Biblia. Pues la Ley -en el sentido bíblico- es mucho más amplia que un código civil. Y la justicia divina no es sólo igualitaria. Dios también conoce los excesos, a veces en el castigo, a veces en el perdón. La palabra más común para designar la Ley de Dios en la Biblia es «torah».

El término «Torá» se utiliza principalmente para describir los cinco primeros libros de la Biblia: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio. Estos libros probablemente sólo empezaron a formar un conjunto a partir del siglo V a.C. Fue a finales del periodo postexílico, o incluso helenístico, cuando la Torá se convirtió en el centro de la vida religiosa y social. Encontramos ecos de ello en los libros de Esdras y Nehemías, cuando los exiliados de Babilonia regresaron para establecerse en Jerusalén:

«Y Esdras leyó en el libro de la Torá de Dios, traduciendo y dando el significado: así se entendió la lectura». (Ne 8:8)

Con el tiempo, la Torá se convirtió en la referencia fundamental para las acciones y la identidad de los hijos de Israel, y seguirá siéndolo para el judaísmo palestino y para toda la historia del judaísmo hasta nuestros días. Torá suele traducirse como «Ley». Sin embargo, el término tiene otro significado que impide reducirlo a una colección de leyes: «torah» significa «enseñanza». En el extracto de Nehemías que acabamos de citar, el escriba Esdras hace algo más que «leer» la Torá al pueblo: la explica e interpreta. Así pues, lo que tenemos aquí es enseñanza.

Por un juego de asonancia, la raíz hebrea de Torá está muy próxima a la de gestación. Así pues, la Torá es como el vientre del pueblo de Israel. Toda la educación del pueblo de Israel se basa en la Torá, es decir, en la meditación de los cinco primeros libros de la Biblia. ¡Así que estamos muy lejos de la definición legal de Torá!

Un buen ejemplo de la autoridad de la Torá se encuentra en el Salmo 119. Es imposible citarlo aquí, pues es el salmo más largo del salterio: contiene 176 versículos en total. Sin embargo, ¡este salmo es un monumento literario! Alaba la Torá. Si tienes tiempo, léelo de un tirón. Si no, aquí tienes algunos extractos:

«1 Bienaventurados los que andan en la ley del Señor y son irreprensibles en sus caminos. 2 Bienaventurados los que guardan su testimonio, los que le buscan de todo corazón, 3 los que andan por sus caminos sin hacer el mal. [7 Te daré gracias con rectitud de corazón, instruido en tus justos juicios. 8 Estoy decidido a hacer tu voluntad; no me abandones del todo. [11 En mi corazón he guardado tus promesas, para no fallarte. 12 Bendito seas, Señor; enséñame tu voluntad. [16 Me complazco en tu voluntad; no he olvidado tu palabra. 17 Sé bueno con tu siervo y viviré; cumpliré tu palabra. 18 Abre mis ojos; veré las maravillas de tu ley. [32 Correré por el camino de tus mandamientos, porque has ensanchado mi corazón. 33 Enséñame, Señor, el camino de tu voluntad; lo guardaré como recompensa. [47 Tus mandamientos han sido mi delicia; los he amado mucho. 48 He extendido mis manos a tus mandamientos, que amo; he meditado en tus voluntades. (Sal 119, 1-3.7-8.11-12.16-18.32-33.47-48)
 

Como habrás observado, este salmo alaba la Ley, es decir, la torah. El salmista afirma que en la torah del Señor el creyente encuentra su deleite, su alegría, su recompensa. ¿Cómo es posible? La construcción general de este largo poema nos lo dirá.

El Salmo 119 es lo que se conoce como un salmo «alfabético». Como otros salmos (Sal 9a, 9b, 24, 33, 36, 110, 111 y 145), se utilizan las 22 letras del alfabeto hebreo, en orden, al principio de cada estrofa. Pero en este salmo, los 176 versículos están divididos en 22 estrofas de 8 versículos cada una. En cada estrofa, cada verso comienza con una de las letras del alfabeto, y las letras se suceden de estrofa a estrofa.

Esto es lo que dice en hebreo:

La primera estrofa (versículos 1 a 8) comienza con alef (o a), la primera letra del alfabeto:

 

אַשְׁרֵי תְמִימֵי-דָרֶךְהַהֹלְכִים בְּתוֹרַת יְהוָה׃

 

אַשְׁרֵי נֹצְרֵיעֵדֹתָיו בְּכָל-לֵב יִדְרְשׁוּהוּ׃

 

אַף לֹא-פָעֲלוּעַוְלָה בִּדְרָכָיו הָלָכוּ׃

 

אַתָּה צִוִּיתָהפִקֻּדֶיךָ לִשְׁמֹר מְאֹד׃

 

אַחֲלַי יִכֹּנוּדְרָכָי לִשְׁמֹר חֻקֶּיךָ׃

 

אָז לֹא-אֵבוֹשׁבְּהַבִּיטִי אֶל-כָּל-מִצְוֹתֶיךָ׃

 

אוֹדְךָ בְּיֹשֶׁרלֵבָב בְּלָמְדִי מִשְׁפְּטֵי צִדְקֶךָ׃

אֶת-חֻקֶּיךָאֶשְׁמֹר אַל-תַּעַזְבֵנִי עַד-מְאֹד

Por supuesto, la traducción francesa no capta el efecto alfabético:

01 Bienaventurados los rectos de camino, los que andan en la ley del Señor.

02 Bienaventurados los que cumplen sus exigencias, los que le buscan de todo corazón.

03 Nunca harán el mal; andarán en sus caminos.

04 Tú promulgas preceptos que deben observarse en su totalidad.

05 ¡Que mis caminos se fortalezcan guardando tus mandamientos!

06 Así no me avergonzaré cuando vea tu voluntad.

 

07 Con corazón recto podré darte gracias, aprendiendo de tus decisiones justas.

 

08 Cumplo tus mandamientos: no me abandones del todo.

La segunda estrofa (versículos 9 a 16) comienza con la segunda letra del alfabeto, la beth (o b):

 

בַּמֶּה יְזַכֶּה-נַּעַראֶת-אָרְחוֹ לִשְׁמֹר כִּדְבָרֶךָ׃

בְּכָל-לִבִּידְרַשְׁתִּיךָ אַל-תַּשְׁגֵּנִי מִמִּצְוֹתֶיךָ׃

בְּלִבִּי צָפַנְתִּיאִמְרָתֶךָ לְמַעַן לֹא אֶחֱטָא-לָךְ׃

 

בָּרוּךְ אַתָּהיְהוָה לַמְּדֵנִי חֻקֶּיךָ׃

 

בִּשְׂפָתַי סִפַּרְתִּיכֹּל מִשְׁפְּטֵי-פִיךָ׃

 

בְּדֶרֶךְ עֵדְוֹתֶיךָשַׂשְׂתִּי כְּעַל כָּל-הוֹן׃

 

בְּפִקֻּדֶיךָ אָשִׂיחָהוְאַבִּיטָה אֹרְחֹתֶיךָ׃

 

בְּחֻקֹּתֶיךָ אֶשְׁתַּעֲשָׁעלֹא אֶשְׁכַּח דְּבָרֶךָ׃

 

09 ¿Cómo puede un joven mantener puro su camino? Observando tu palabra.

10 Con todo mi corazón te busco; guárdame de huir de tu voluntad.

11 En mi corazón guardo tus promesas, para no serte falso.

12 Bendito seas, Señor; enséñame tus mandamientos.

13 Haré que toda decisión de tu boca vuelva a mis labios.

14 Encuentro más alegría en tus caminos que en todas mis riquezas.

15 Quiero reflexionar en tus preceptos y en tus caminos.

16 Me he complacido en tus órdenes; no he olvidado tu palabra.

Y así sucesivamente. Pero, ¿por qué el salmo está estructurado de este modo? Porque este tipo de escritura expresa plenitud, totalidad o perfección consumada: 8 = 7 + 1, siendo 7 el número de la perfección. Y abarcamos todo el alfabeto, en orden, como para significar que abarcamos la totalidad de lo que puede expresarse. Al deletrear todo el alfabeto, se evocan todos los aspectos posibles de la Torá. El alfabetismo es un procedimiento habitual en la literatura sapiencial. ¡Los escribas eran escritores y poetas profesionales!

Estatua egipcia de piedra caliza pintada que representa a un escriba egipcio sentado con las piernas cruzadas. Probablemente de la IV o V Dinastía (c. 2600 a.C.), procede de Saqqara, donde fue hallada en 1850. Museo del Louvre, París. Photos: E. Pastore

El tema principal del Sal 119 es la ley de Dios, la ley de YHWH, que se expresa mediante una serie de ocho palabras sinónimas y prácticamente intercambiables que se repiten a lo largo de los versículos. Cada versículo contiene una de las ocho palabras características de un aspecto de la Torá:

  1. torah (ley)

  2. edût (testimonio)

  3. piqqûd (precepto)

  4. hoq (decreto)

  5. mitzwah (mandamiento)

  6. mishpat (juicio, ley)

  7. dabar (palabra)

  8. imrah (dice)

El salmo sigue así un bello ritmo de repetición. Hay que señalar que nunca se especifica el contenido real de los mandamientos o leyes. No se trata del objeto de la Ley, sino de la relación del creyente con esta Ley, de la adhesión del creyente a la Palabra divina.

«Cada versículo es una palabra dirigida, bien en «tú» (en el orden de la alabanza), bien en «yo» (en el orden de la súplica). Cada uno de los 176 versículos es, de algún modo, una respuesta -aunque sea en forma de súplica- al don de la Torá. El salmo enriquece, gota a gota, la experiencia de este don, gracias a un murmullo o a un coloquio del orante. El salmo 119 conduce muy pacientemente al amor de la Torá, según su función mediadora, que abre a la experiencia de una presencia divina distinta de la experimentada a lo largo del camino. El Salmo 119 es el texto más largo del Libro de los Salmos. Y es aquel cuya forma (poética) es la más constrictiva. El salmo habla del lugar de la Torá en la vida de Israel, de lo que permite experimentar a los creyentes, de la fidelidad a la que les llama. Ajustarse a las palabras de la Torá es también dejarse llevar por un movimiento de deseo hacia Aquel que habla en ella y a través de ella». (Jean-Marie Carrière)

En última instancia, el Salmo 119 quiere que comprendamos que, sin desdeñar el aspecto vinculante de la Torá, debemos centrarnos sobre todo en el bien al que apunta: nuestra relación con el autor de la Torá. El salmo comienza con la orden «sé feliz». La felicidad comienza, pues, con la escucha de la enseñanza divina, la escucha de la Palabra que Dios nos dirige, una Palabra que no es fría, vacía o arbitraria, sino una Palabra que, mucho más allá de su contenido, nos abre al diálogo.

La Ley está omnipresente en la Biblia. Basta pensar en los dos decálogos (Ex 20 y Dt 5), pero también en los demás códigos de la ley presentes en la Biblia, como el código de la alianza en Ex 21-23 o el código de santidad en Lev 17-25). Basta pensar en los casi incesantes recordatorios de los profetas de que Israel como pueblo, con su rey, debe ser más fiel a la voluntad de Dios. No olvidemos el terrible final de Salomón por no observar la Ley. Entonces, ¿cómo podemos vivir nuestra fe en un Dios misericordioso con tales exigencias, tan legalistas a priori? ¿Son realmente compatibles la Ley y la fe?

M. Chagall, La entrega de las Tablas de la Ley a Moisés en el Sinaí

Para responder a esta pregunta, debemos examinar por un momento el significado de la Ley como tal en la Biblia. Pues la Ley -en el sentido bíblico- es mucho más amplia que un código civil. Y la justicia divina no es sólo igualitaria. Dios también conoce los excesos, a veces en el castigo, a veces en el perdón. La palabra más común para designar la Ley de Dios en la Biblia es «torah».

El término «Torá» se utiliza principalmente para describir los cinco primeros libros de la Biblia: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio. Estos libros probablemente sólo empezaron a formar un conjunto a partir del siglo V a.C. Fue a finales del periodo postexílico, o incluso helenístico, cuando la Torá se convirtió en el centro de la vida religiosa y social. Encontramos ecos de ello en los libros de Esdras y Nehemías, cuando los exiliados de Babilonia regresaron para establecerse en Jerusalén:

«Y Esdras leyó en el libro de la Torá de Dios, traduciendo y dando el significado: así se entendió la lectura». (Ne 8:8)

Con el tiempo, la Torá se convirtió en la referencia fundamental para las acciones y la identidad de los hijos de Israel, y seguirá siéndolo para el judaísmo palestino y para toda la historia del judaísmo hasta nuestros días. Torá suele traducirse como «Ley». Sin embargo, el término tiene otro significado que impide reducirlo a una colección de leyes: «torah» significa «enseñanza». En el extracto de Nehemías que acabamos de citar, el escriba Esdras hace algo más que «leer» la Torá al pueblo: la explica e interpreta. Así pues, lo que tenemos aquí es enseñanza.

Por un juego de asonancia, la raíz hebrea de Torá está muy próxima a la de gestación. Así pues, la Torá es como el vientre del pueblo de Israel. Toda la educación del pueblo de Israel se basa en la Torá, es decir, en la meditación de los cinco primeros libros de la Biblia. ¡Así que estamos muy lejos de la definición legal de Torá!

Un buen ejemplo de la autoridad de la Torá se encuentra en el Salmo 119. Es imposible citarlo aquí, pues es el salmo más largo del salterio: contiene 176 versículos en total. Sin embargo, ¡este salmo es un monumento literario! Alaba la Torá. Si tienes tiempo, léelo de un tirón. Si no, aquí tienes algunos extractos:

«1 Bienaventurados los que andan en la ley del Señor y son irreprensibles en sus caminos. 2 Bienaventurados los que guardan su testimonio, los que le buscan de todo corazón, 3 los que andan por sus caminos sin hacer el mal. [7 Te daré gracias con rectitud de corazón, instruido en tus justos juicios. 8 Estoy decidido a hacer tu voluntad; no me abandones del todo. [11 En mi corazón he guardado tus promesas, para no fallarte. 12 Bendito seas, Señor; enséñame tu voluntad. [16 Me complazco en tu voluntad; no he olvidado tu palabra. 17 Sé bueno con tu siervo y viviré; cumpliré tu palabra. 18 Abre mis ojos; veré las maravillas de tu ley. [32 Correré por el camino de tus mandamientos, porque has ensanchado mi corazón. 33 Enséñame, Señor, el camino de tu voluntad; lo guardaré como recompensa. [47 Tus mandamientos han sido mi delicia; los he amado mucho. 48 He extendido mis manos a tus mandamientos, que amo; he meditado en tus voluntades. (Sal 119, 1-3.7-8.11-12.16-18.32-33.47-48)
 

Como habrás observado, este salmo alaba la Ley, es decir, la torah. El salmista afirma que en la torah del Señor el creyente encuentra su deleite, su alegría, su recompensa. ¿Cómo es posible? La construcción general de este largo poema nos lo dirá.

El Salmo 119 es lo que se conoce como un salmo «alfabético». Como otros salmos (Sal 9a, 9b, 24, 33, 36, 110, 111 y 145), se utilizan las 22 letras del alfabeto hebreo, en orden, al principio de cada estrofa. Pero en este salmo, los 176 versículos están divididos en 22 estrofas de 8 versículos cada una. En cada estrofa, cada verso comienza con una de las letras del alfabeto, y las letras se suceden de estrofa a estrofa.

Esto es lo que dice en hebreo:

La primera estrofa (versículos 1 a 8) comienza con alef (o a), la primera letra del alfabeto:

 

אַשְׁרֵי תְמִימֵי-דָרֶךְהַהֹלְכִים בְּתוֹרַת יְהוָה׃

 

אַשְׁרֵי נֹצְרֵיעֵדֹתָיו בְּכָל-לֵב יִדְרְשׁוּהוּ׃

 

אַף לֹא-פָעֲלוּעַוְלָה בִּדְרָכָיו הָלָכוּ׃

 

אַתָּה צִוִּיתָהפִקֻּדֶיךָ לִשְׁמֹר מְאֹד׃

 

אַחֲלַי יִכֹּנוּדְרָכָי לִשְׁמֹר חֻקֶּיךָ׃

 

אָז לֹא-אֵבוֹשׁבְּהַבִּיטִי אֶל-כָּל-מִצְוֹתֶיךָ׃

 

אוֹדְךָ בְּיֹשֶׁרלֵבָב בְּלָמְדִי מִשְׁפְּטֵי צִדְקֶךָ׃

אֶת-חֻקֶּיךָאֶשְׁמֹר אַל-תַּעַזְבֵנִי עַד-מְאֹד

Por supuesto, la traducción francesa no capta el efecto alfabético:

01 Bienaventurados los rectos de camino, los que andan en la ley del Señor.

02 Bienaventurados los que cumplen sus exigencias, los que le buscan de todo corazón.

03 Nunca harán el mal; andarán en sus caminos.

04 Tú promulgas preceptos que deben observarse en su totalidad.

05 ¡Que mis caminos se fortalezcan guardando tus mandamientos!

06 Así no me avergonzaré cuando vea tu voluntad.

 

07 Con corazón recto podré darte gracias, aprendiendo de tus decisiones justas.

 

08 Cumplo tus mandamientos: no me abandones del todo.

La segunda estrofa (versículos 9 a 16) comienza con la segunda letra del alfabeto, la beth (o b):

 

בַּמֶּה יְזַכֶּה-נַּעַראֶת-אָרְחוֹ לִשְׁמֹר כִּדְבָרֶךָ׃

בְּכָל-לִבִּידְרַשְׁתִּיךָ אַל-תַּשְׁגֵּנִי מִמִּצְוֹתֶיךָ׃

בְּלִבִּי צָפַנְתִּיאִמְרָתֶךָ לְמַעַן לֹא אֶחֱטָא-לָךְ׃

 

בָּרוּךְ אַתָּהיְהוָה לַמְּדֵנִי חֻקֶּיךָ׃

 

בִּשְׂפָתַי סִפַּרְתִּיכֹּל מִשְׁפְּטֵי-פִיךָ׃

 

בְּדֶרֶךְ עֵדְוֹתֶיךָשַׂשְׂתִּי כְּעַל כָּל-הוֹן׃

 

בְּפִקֻּדֶיךָ אָשִׂיחָהוְאַבִּיטָה אֹרְחֹתֶיךָ׃

 

בְּחֻקֹּתֶיךָ אֶשְׁתַּעֲשָׁעלֹא אֶשְׁכַּח דְּבָרֶךָ׃

 

09 ¿Cómo puede un joven mantener puro su camino? Observando tu palabra.

10 Con todo mi corazón te busco; guárdame de huir de tu voluntad.

11 En mi corazón guardo tus promesas, para no serte falso.

12 Bendito seas, Señor; enséñame tus mandamientos.

13 Haré que toda decisión de tu boca vuelva a mis labios.

14 Encuentro más alegría en tus caminos que en todas mis riquezas.

15 Quiero reflexionar en tus preceptos y en tus caminos.

16 Me he complacido en tus órdenes; no he olvidado tu palabra.

Y así sucesivamente. Pero, ¿por qué el salmo está estructurado de este modo? Porque este tipo de escritura expresa plenitud, totalidad o perfección consumada: 8 = 7 + 1, siendo 7 el número de la perfección. Y abarcamos todo el alfabeto, en orden, como para significar que abarcamos la totalidad de lo que puede expresarse. Al deletrear todo el alfabeto, se evocan todos los aspectos posibles de la Torá. El alfabetismo es un procedimiento habitual en la literatura sapiencial. ¡Los escribas eran escritores y poetas profesionales!

Estatua egipcia de piedra caliza pintada que representa a un escriba egipcio sentado con las piernas cruzadas. Probablemente de la IV o V Dinastía (c. 2600 a.C.), procede de Saqqara, donde fue hallada en 1850. Museo del Louvre, París. Photos: E. Pastore

El tema principal del Sal 119 es la ley de Dios, la ley de YHWH, que se expresa mediante una serie de ocho palabras sinónimas y prácticamente intercambiables que se repiten a lo largo de los versículos. Cada versículo contiene una de las ocho palabras características de un aspecto de la Torá:

  1. torah (ley)

  2. edût (testimonio)

  3. piqqûd (precepto)

  4. hoq (decreto)

  5. mitzwah (mandamiento)

  6. mishpat (juicio, ley)

  7. dabar (palabra)

  8. imrah (dice)

El salmo sigue así un bello ritmo de repetición. Hay que señalar que nunca se especifica el contenido real de los mandamientos o leyes. No se trata del objeto de la Ley, sino de la relación del creyente con esta Ley, de la adhesión del creyente a la Palabra divina.

«Cada versículo es una palabra dirigida, bien en «tú» (en el orden de la alabanza), bien en «yo» (en el orden de la súplica). Cada uno de los 176 versículos es, de algún modo, una respuesta -aunque sea en forma de súplica- al don de la Torá. El salmo enriquece, gota a gota, la experiencia de este don, gracias a un murmullo o a un coloquio del orante. El salmo 119 conduce muy pacientemente al amor de la Torá, según su función mediadora, que abre a la experiencia de una presencia divina distinta de la experimentada a lo largo del camino. El Salmo 119 es el texto más largo del Libro de los Salmos. Y es aquel cuya forma (poética) es la más constrictiva. El salmo habla del lugar de la Torá en la vida de Israel, de lo que permite experimentar a los creyentes, de la fidelidad a la que les llama. Ajustarse a las palabras de la Torá es también dejarse llevar por un movimiento de deseo hacia Aquel que habla en ella y a través de ella». (Jean-Marie Carrière)

En última instancia, el Salmo 119 quiere que comprendamos que, sin desdeñar el aspecto vinculante de la Torá, debemos centrarnos sobre todo en el bien al que apunta: nuestra relación con el autor de la Torá. El salmo comienza con la orden «sé feliz». La felicidad comienza, pues, con la escucha de la enseñanza divina, la escucha de la Palabra que Dios nos dirige, una Palabra que no es fría, vacía o arbitraria, sino una Palabra que, mucho más allá de su contenido, nos abre al diálogo.