Mt 11, 16-19: ¬16 ¿A quién voy a comparar a esta generación? Se parece a unos niños sentados en las plazas, que llaman a otros diciendo: ¬17 «Os tocamos la flauta y no bailasteis; os cantamos lamentaciones y no os golpeasteis el pecho». » ¬18 Juan Bautista ha venido, y no come ni bebe, y dicen: « ¡Es un endemoniado! ». ¬19 Ha venido el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: «Es un glotón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores». Pero la sabiduría de Dios ha sido reconocida como justa por lo que hace».

Este pequeño texto puede parecernos bastante enigmático si no lo situamos en su contexto. En el pasaje anterior, Jesús se tomó el tiempo de presentar a Juan el Bautista y explicar su misión como precursor. Juan el Bautista no solo era el último de una larga cadena de profetas, sino también el Elías cuyo regreso se esperaba para inaugurar los tiempos mesiánicos:

Mt 11, 13-15: ¬13 Todos los profetas y la Ley profetizaron hasta Juan. ¬14 Y, si queréis comprenderlo, él es el profeta Elías que había de venir. ¬15 El que tenga oídos, que oiga.

La exhortación a escuchar prepara el reproche que leemos en el pasaje de hoy. Esta generación no escucha, tiene los oídos tapados. Entonces Jesús comienza a denunciar su actitud de cierre hacia Juan Bautista, pero también hacia él mismo.

Jesús hace una comparación —una parábola, si lo prefieren— en la que invita a sus interlocutores a reconocerse a sí mismos. Los compara con dos grupos de niños caprichosos que discuten en la calle. Unos tocan la flauta y esperan a que los otros bailen, pero estos no lo hacen. Los otros se lamentan como en un funeral y esperan que los demás lloren con ellos, pero no es así. Los dos grupos se acusan mutuamente y no logran ponerse de acuerdo.

Este niño pertenece a la tribu Ghawarni del valle del Jordán. Esta foto fue tomada por un fotógrafo de la colonia estadounidense entre 1920 y 1933.

Foto: BiblePlaces

¿Qué representan estos dos grupos de niños? La continuación nos lo revela. El grupo que se lamenta es partidario de Juan el Bautista. De hecho, este último es conocido por su rigurosa ascética: «vestía un manto de pelo de camello y un cinturón de cuero alrededor de la cintura; se alimentaba de langostas y miel silvestre (Mt 3,4)— y por su predicación denunciando el pecado. Quienes lo siguen dan lógicamente más importancia a la penitencia y al lamento por el pecado. Desearían que los demás hicieran lo mismo. Pero en lugar de eso, ¡el otro grupo acusa a Juan Bautista de estar poseído!

Sarcófago con plañideras, 350 a. C., Sidón, Líbano. Museo Arqueológico de Estambul.

Foto: E. Pastore

 

En cuanto al segundo grupo, toca instrumentos en señal de alegría por los tiempos mesiánicos que ahora se han inaugurado con la llegada de Jesús. Pero los demás se niegan a bailar, es decir, a compartir esa alegría. No han reconocido a Jesús como mesías. Lo denigran y lo tildan de borracho y glotón por las relaciones que entabla con los publicanos y los pecadores.

En otras palabras, este texto habla de la oposición que Juan Bautista y Jesús encontraron y provocaron durante su ministerio. No fueron comprendidos. La gente incluso los enfrentó, algunos estaban más a favor de Juan y otros más a favor de Jesús. Esa generación no supo comprender que sus respectivas misiones eran inseparables. No supieron discernir que Juan, como nuevo Elías, era quien precedía la venida del Mesías.

Podríamos ampliar esta situación a la forma en que a veces se percibe la vida cristiana. Yo diría que algunos dan más importancia al cumplimiento de las normas y, por consiguiente, a la desobediencia y al pecado que hay que denunciar cuando no se respeta la ley, mientras que otros insisten más en la misericordia, la alegría del perdón y la libertad de los hijos de Dios. Ambos aspectos tienen su verdad: sin exigencia, la fe corre el riesgo de desvanecerse; sin alegría y misericordia, se vuelve dura y estéril. Sin embargo, ¿no es en su equilibrio donde se manifiesta el verdadero rostro de la vida cristiana? Un corazón a la vez fiel y amoroso, que busca complacer a Dios no por temor al pecado, sino por gratitud por la salvación recibida.

Así, la vida cristiana no se reduce ni a la observancia escrupulosa ni a la simple alegría sin exigencias; se desarrolla en una tensión fecunda en la que la ley encuentra su plenitud en el amor y en la que toda ascética está impregnada de la alegría de la resurrección. Esta es la lección que nos da este pequeño texto del Evangelio al rechazar que se oponga a Juan Bautista y a Jesús.

La sabiduría de Dios, de la que se habla al final del pasaje, es «justa» o «adecuada». Dios sabe lo que hace, pero nosotros debemos aprender a mirar más allá de las apariencias.

La sabiduría (sophia), Biblioteca de Celso, Éfeso, Turquía

Foto: E. Pastore

Mt 11, 16-19: ¬16 ¿A quién voy a comparar a esta generación? Se parece a unos niños sentados en las plazas, que llaman a otros diciendo: ¬17 «Os tocamos la flauta y no bailasteis; os cantamos lamentaciones y no os golpeasteis el pecho». » ¬18 Juan Bautista ha venido, y no come ni bebe, y dicen: « ¡Es un endemoniado! ». ¬19 Ha venido el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: «Es un glotón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores». Pero la sabiduría de Dios ha sido reconocida como justa por lo que hace».

Este pequeño texto puede parecernos bastante enigmático si no lo situamos en su contexto. En el pasaje anterior, Jesús se tomó el tiempo de presentar a Juan el Bautista y explicar su misión como precursor. Juan el Bautista no solo era el último de una larga cadena de profetas, sino también el Elías cuyo regreso se esperaba para inaugurar los tiempos mesiánicos:

Mt 11, 13-15: ¬13 Todos los profetas y la Ley profetizaron hasta Juan. ¬14 Y, si queréis comprenderlo, él es el profeta Elías que había de venir. ¬15 El que tenga oídos, que oiga.

La exhortación a escuchar prepara el reproche que leemos en el pasaje de hoy. Esta generación no escucha, tiene los oídos tapados. Entonces Jesús comienza a denunciar su actitud de cierre hacia Juan Bautista, pero también hacia él mismo.

Jesús hace una comparación —una parábola, si lo prefieren— en la que invita a sus interlocutores a reconocerse a sí mismos. Los compara con dos grupos de niños caprichosos que discuten en la calle. Unos tocan la flauta y esperan a que los otros bailen, pero estos no lo hacen. Los otros se lamentan como en un funeral y esperan que los demás lloren con ellos, pero no es así. Los dos grupos se acusan mutuamente y no logran ponerse de acuerdo.

Este niño pertenece a la tribu Ghawarni del valle del Jordán. Esta foto fue tomada por un fotógrafo de la colonia estadounidense entre 1920 y 1933.

Foto: BiblePlaces

¿Qué representan estos dos grupos de niños? La continuación nos lo revela. El grupo que se lamenta es partidario de Juan el Bautista. De hecho, este último es conocido por su rigurosa ascética: «vestía un manto de pelo de camello y un cinturón de cuero alrededor de la cintura; se alimentaba de langostas y miel silvestre (Mt 3,4)— y por su predicación denunciando el pecado. Quienes lo siguen dan lógicamente más importancia a la penitencia y al lamento por el pecado. Desearían que los demás hicieran lo mismo. Pero en lugar de eso, ¡el otro grupo acusa a Juan Bautista de estar poseído!

Sarcófago con plañideras, 350 a. C., Sidón, Líbano. Museo Arqueológico de Estambul.

Foto: E. Pastore

 

En cuanto al segundo grupo, toca instrumentos en señal de alegría por los tiempos mesiánicos que ahora se han inaugurado con la llegada de Jesús. Pero los demás se niegan a bailar, es decir, a compartir esa alegría. No han reconocido a Jesús como mesías. Lo denigran y lo tildan de borracho y glotón por las relaciones que entabla con los publicanos y los pecadores.

En otras palabras, este texto habla de la oposición que Juan Bautista y Jesús encontraron y provocaron durante su ministerio. No fueron comprendidos. La gente incluso los enfrentó, algunos estaban más a favor de Juan y otros más a favor de Jesús. Esa generación no supo comprender que sus respectivas misiones eran inseparables. No supieron discernir que Juan, como nuevo Elías, era quien precedía la venida del Mesías.

Podríamos ampliar esta situación a la forma en que a veces se percibe la vida cristiana. Yo diría que algunos dan más importancia al cumplimiento de las normas y, por consiguiente, a la desobediencia y al pecado que hay que denunciar cuando no se respeta la ley, mientras que otros insisten más en la misericordia, la alegría del perdón y la libertad de los hijos de Dios. Ambos aspectos tienen su verdad: sin exigencia, la fe corre el riesgo de desvanecerse; sin alegría y misericordia, se vuelve dura y estéril. Sin embargo, ¿no es en su equilibrio donde se manifiesta el verdadero rostro de la vida cristiana? Un corazón a la vez fiel y amoroso, que busca complacer a Dios no por temor al pecado, sino por gratitud por la salvación recibida.

Así, la vida cristiana no se reduce ni a la observancia escrupulosa ni a la simple alegría sin exigencias; se desarrolla en una tensión fecunda en la que la ley encuentra su plenitud en el amor y en la que toda ascética está impregnada de la alegría de la resurrección. Esta es la lección que nos da este pequeño texto del Evangelio al rechazar que se oponga a Juan Bautista y a Jesús.

La sabiduría de Dios, de la que se habla al final del pasaje, es «justa» o «adecuada». Dios sabe lo que hace, pero nosotros debemos aprender a mirar más allá de las apariencias.

La sabiduría (sophia), Biblioteca de Celso, Éfeso, Turquía

Foto: E. Pastore