Cuando lees, Dios te habla
La Palabra de Dios es, de hecho, la base de toda auténtica espiritualidad cristiana. Hay que recordar que la oración debe acompañar a la lectura de la Sagrada Escritura. La gran tradición patrística siempre ha recomendado acercarse a la Escritura estableciendo un diálogo con Dios. Como decía San Agustín: «Tu oración es tu palabra a Dios. Cuando lees, es Dios quien te habla; cuando oras, eres tú quien habla con Dios». Orígenes, uno de los maestros de esta lectura de la Biblia, sostiene que la comprensión de las Escrituras requiere, más aún que el estudio, la intimidad con Cristo y la oración: «Mientras te aplicas a esta lectura divina, busca con rectitud y confianza inquebrantable en Dios el sentido de las Escrituras divinas, ocultas a los muchos. No te contentes con llamar y buscar, pues es absolutamente necesario orar para comprender las cosas divinas. Para exhortarnos a ello, el Salvador dijo no sólo: «Llamad y se os abrirá» y «Buscad y hallaréis», sino también: «Pedid y se os dará». (Benedicto XVI, nn. 86-87 de la exhortación postsinodal Verbum Domini)
Escuchar, la actitud fundamental
Escuchar es el primero de los mandamientos, porque la fe se compone de las Palabras que Dios nos dice y que debemos aprender a aceptar. ¿Qué dicen estas Palabras? Se resumen en la Shema del libro del Deuteronomio, capítulo 6:
«Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el Único. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. . Estas palabras que hoy te doy permanecerán en tu corazón. Se las repetirás a tus hijos, las repetirás continuamente, en casa o por el camino, tanto si te acuestas como si te levantas; te las atarás a la muñeca como señal, serán una banda en tu frente, las inscribirás a la entrada de tu casa y a las puertas de tu ciudad.» (Deuteronomio 6,4-9)
¿Cómo hacerlo? 7 pasos con la Biblia en la mano
- Pide al Espíritu Santo
Antes de empezar a leer las Escrituras, REZA al Espíritu Santo para que descienda sobre ti, «abra los ojos de tu corazón» y te revele el rostro de Dios, no en visión, sino a la luz de la fe. Reza con la certeza de ser escuchado, pues Dios siempre concede el Espíritu Santo a quien se lo pide con humildad y docilidad. Y si lo deseas, reza de la siguiente manera «Dios nuestro, Padre de la Luz, que enviaste a tu Hijo, el Verbo hecho carne, al mundo para darte a conocer a nosotros. Envía ahora tu Espíritu Santo sobre mí, para que pueda encontrar a Jesucristo en esta Palabra que procede de ti; para que pueda conocerlo más profundamente y, al conocerlo, amarlo más intensamente, y llegar así a la bienaventuranza del Reino. Amén».
2. Coge la Biblia y lee
Tienes ante ti la Biblia: no es un libro cualquiera, sino el libro que contiene la Palabra de Dios; a través de ella, Dios quiere hablarte hoy, personalmente.
LEE el texto con atención, despacio, varias veces. Puede ser un pasaje del leccionario o de un libro bíblico. Léelo con atención, intentando ESCUCHARLO con todo tu corazón, con toda tu inteligencia, con todo tu ser. Deja que el silencio exterior, el silencio interior y la concentración acompañen tu lectura para que sea una experiencia de escucha.
3. Búsqueda a través de la meditación
REFLEXIONA sobre el texto CON TU INTELIGENCIA iluminada por la luz de Dios. Si es necesario, utiliza diversas herramientas: concordancias bíblicas, comentarios patrísticos, espirituales y exegéticos, tratando de comprender toda la profundidad y amplitud de lo que está escrito. Deja que tus facultades intelectuales se plieguen a la voluntad de Dios, a su mensaje; no olvides que la Biblia es un solo libro, y así INTERPRETARÁS LAS PALABRAS ESCRITAS CON LAS PALABRAS ESCRITAS, buscando siempre a Cristo muerto y resucitado, centro de cada página y de toda la Biblia. La ley, los profetas y los apóstoles hablan siempre de él. RE-LEE el texto si es necesario, intentando que el mensaje resuene profundamente en tu interior. RUME las palabras en tu corazón y aplica el mensaje del texto a ti mismo, a tu situación, sin perderte en psicologismos ni autoexámenes. Déjate asombrar, atraído por la Palabra. Mira a Cristo, refleja a Cristo en ti y no te mires demasiado a ti mismo: es Cristo quien te transfigura.
4. Ruega al Señor que te ha hablado
Ahora, lleno de la Palabra de Dios, HABLA a tu Señor, o mejor aún, respóndele, responde a las invitaciones, a las inspiraciones, a las llamadas, a los mensajes que te ha dirigido en su Palabra, comprendida en el Espíritu Santo.
Reza con franqueza, con confianza, sin cesar y sin deslizar demasiadas palabras humanas. Éste es el momento de la ORACIÓN, del AGRADECIMIENTO, de la INTERCESIÓN. No mantengas la mirada vuelta sobre ti mismo, sino que, atraído por el rostro del Señor conocido en Cristo, sigue sus huellas sin mirar atrás. Libera tus facultades creadoras de sensibilidad, emoción y evocación, y ponlas al servicio de la Palabra, en obediencia a Dios que te ha hablado.
5. Contempla… Contempla
En alianza con el Señor, intenta mirarlo todo a través de sus ojos: a ti mismo, a los demás, los acontecimientos, la historia, todas las criaturas del mundo. VER ES VER TODAS LAS COSAS Y TODOS LOS SERES CON LOS OJOS DE DIOS. Si ves y juzgas todo con los ojos de Dios, conocerás la paz y sobre todo la macrotimia, la longanimidad, cuando escuches a Dios, cuando pienses en Él. Todo es gracia y todo está en vista de la epifanía del amor de Dios…
ES HORA DE LA VISITA DE LA PALABRA… que no se puede contar ni decir, diferente para cada uno y sin embargo experimentada…
El Señor pone en tu corazón una cierta incapacidad para seguir reflexionando, para meditar discursivamente sobre su Palabra, y te concede una especie de participación en el fuego de la comunión y del amor más allá de todas las cosas, más allá de lo «dicho» y más allá del silencio…
6. Guarda la Palabra en tu corazón
La Palabra que has recibido, GUÁRDALA EN TU CORAZÓN como María, la mujer que escucha. GUARDA, GUARDA, RECUERDA la Palabra que has recibido. Recuérdala en diferentes momentos del día, recordando el pasaje rezado o incluso sólo un versículo que te venga a la mente. Éste es el RECUERDO DE DIOS, que puede dar gran unidad a tu día, a tu trabajo, a tu descanso, a tu vida social y a tu soledad. DESPIERTA esta semilla de la Palabra que hay en ti si parece dormitar, y permanece vigilante para que la Palabra te acompañe a lo largo del día.
7. Recuerda: escuchar es obedecer
Si realmente has escuchado la Palabra, debes ponerla en práctica haciendo en el mundo, entre la gente, entre tus hermanos y hermanas, lo que Dios te ha dicho. ESCUCHAR ES OBEDIENCIA, así que toma resoluciones prácticas en relación con tu vocación y tu papel entre los hombres, dejando siempre que la Palabra ocupe el primer lugar y el lugar central en tu vida.
COMPROMÉTETE, PUES, A CUMPLIR LA PALABRA DE DIOS, para que no seas condenado por él, que te juzgará, no por lo que hayas oído de ella, sino por lo que hayas puesto en práctica en toda tu vida personal, social, profesional, política y eclesial. El trabajo que te espera es creer y, mediante la fe, mostrar en ti mismo EL FRUTO DEL ESPÍRITU: «amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fe, humildad y dominio de ti mismo». (Gal. 5:22) Y conocerás la gran alegría del amor, la misericordia.
Fuente: Enzo Bianchi, Prier la Parole, París, Albin Michel, 2014