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Visita el Museo del Louvre con la Biblia en la mano. Descarga los documentos en el sitio web de la Biblia del Louvre.La Biblia del Louvre
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La fascinante historia de la Biblia a través de objetos bíblicos, manuscritos, Biblias y libros impresos, y obras de arte de diversas culturas y épocas.Museo de la Biblia
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Once galerías, entre ellas el Centro Nacional de Arte Judío, el Museo de Arte del Holocausto, el jardín de esculturas de la Vía Dolorosa y otras importantes atracciones de peregrinación.Museo de Arte Bíblico
El Museo de la Biblia
El Museo Bíblico de la Universidad Mundial cuenta la historia de la Biblia, desde sus primeros manuscritos hasta nuestros días.El Museo de la Biblia
Viajar a Tierra Santa puede resultar sorprendente e incluso inquietante para los peregrinos. Los datos geográficos e históricos no siempre se corresponden exactamente con lo que se relata en el Antiguo o el Nuevo Testamento. Entonces, ¿cómo debemos considerar la relación entre la Biblia y la arqueología? ¿Quién tiene razón?
Hasta la primera mitad del siglo XX, la arqueología de las tierras bíblicas fue llevada a cabo principalmente por investigadores estadounidenses de formación religiosa conservadora. Para ellos, la arqueología se entendía generalmente como un apoyo a los textos bíblicos. Pero al convertirse poco a poco en una ciencia independiente de la Biblia, la arqueología se reveló como una amenaza para la fe, ya que en muchos puntos aportaba pruebas que contradecían incuestionablemente a la Biblia. Desde entonces, la relación entre la Biblia y la arqueología se ha vuelto cada vez más compleja, y han surgido diversas posturas. En aras de la simplicidad, empecemos mencionando los extremos de este espectro. Están representados por dos escuelas anglosajonas que siguen en conflicto hoy en día. Por un lado, están los «ortodoxos». Para ellos, los textos bíblicos pueden considerarse una fuente válida para reconstruir la historia de Israel y mantienen la cronología bíblica tradicional, tal como aparece en los propios relatos bíblicos. En el otro bando están los «revisionistas». Para ellos, el Antiguo Testamento es en gran parte ficción y la finalidad de su redacción es ideológica. Estos investigadores creen que es imposible reconstruir la historia del antiguo Israel a partir de la Biblia. Sin embargo, ambos grupos trabajan sobre la base de los mismos elementos. Esencialmente, comparten el mismo enfoque teórico y metodológico de los datos arqueológicos, pero discrepan sobre el valor que debe concederse a los datos arqueológicos.
Esto demuestra que la arqueología no es una ciencia «dura» o «exacta», sino que requiere interpretación.
Entre estos dos extremos, surgieron otras posturas. En la investigación europea, a partir de los años 70, «se impuso un escepticismo perfectamente sano sobre el valor histórico de estos textos»[1], explica Thomas Römer. Esta postura se estableció en particular gracias a la contribución de los germanófonos, que impulsaron el desarrollo de la crítica histórica de la Biblia. Pusieron de relieve el hecho de que Cada libro de la Biblia es fruto de un largo y complejo proceso de reescrituras sucesivas. Por tanto, un texto no corresponde a una sola época. A continuación daremos algunos ejemplos. Además, cada libro bíblico debía leerse ahora a la luz de los descubrimientos arqueológicos y de las inscripciones reales egipcias, asirias y babilónicas, que permitían completarlo, confirmarlo o corregirlo en algunos puntos. De hecho, aunque la Biblia es un documento que cuenta la historia, no es más neutral u objetivo que los escritos de los reinos vecinos, cada uno de los cuales cuenta la historia desde su propio punto de vista y según su propia ideología. Por tanto, comparar los textos bíblicos con los datos arqueológicos y epigráficos es una forma valiosa de trazar la historia de Israel y Judá de forma más objetiva.
Esto no significa que la Biblia no sea una herramienta útil para trazar la historia, sino que es necesario leerla críticamente, para poder desenmascarar las reconstrucciones teológicas e ideológicas que le han dado forma.
Pongamos dos ejemplos:
- En primer lugar, en el Antiguo Testamento. A los peregrinos les sorprenderá saber que prácticamente no quedan restos en Jerusalén de la supuesta época del gran rey Salomón, en el siglo X a.C.. Los edificios más importantes surgieron dos siglos después de él, en el siglo VIII a.C. Así pues, es posible que Salomón no fuera tan influyente como nos dice la Biblia (véase 1 Reyes 1-11). Entonces, ¿por qué exageró tanto la Biblia la gloria del rey Salomón? ¿Intenta la Biblia engañar a sus lectores? Por supuesto que no. Pero los textos que evocan la inigualable gloria del reino salomónico se escribieron mucho después de él, cuando la línea de reyes de Judá necesitaba darse un antepasado prestigioso, para legitimarse o justificar determinadas decisiones políticas.
En el Nuevo Testamento se produce el mismo fenómeno, por ejemplo en lo que se refiere al lugar del nacimiento de Jesús. Durante siglos, la tradición ha situado el nacimiento de Jesús en Belén, en el emplazamiento de la Basílica de la Natividad. Sin embargo, subsiste una duda. Los dos evangelistas que mencionan Belén difieren. Según el Evangelio de Mateo, José y María vivían en Belén (Mt 1,18-2,12), de donde huyeron a Egipto para regresar y establecerse en «una ciudad llamada Nazaret» (2,23). Según Lucas, la pareja subió de Nazaret a Belén para inscribirse en el censo (Lc 2,4-5), y luego regresó a «su ciudad, Nazaret» (2,39). Sin embargo, contrariamente a lo que afirma Lucas, el censo no obligó a la mujer, que además estaba embarazada, a recorrer doscientos kilómetros hasta Belén. ¿Podría ser que Jesús hubiera nacido en Nazaret? ¿Dónde vivían originalmente: en Nazaret o en Belén? Además, a lo largo de los Evangelios, a Jesús se le llama «el Nazareno» y siempre se hace referencia a Nazaret como su patria.
¿Por qué nunca se menciona Belén como lugar de origen de Jesús fuera de los relatos de la infancia? Es más, Belén dista mucho de ser neutral: es la ciudad de David (a diferencia de Nazaret, que es una aldea completamente desconocida en el resto de la Biblia). Para afirmar alto y claro el mesianismo de Jesús, éste debe ser, por supuesto, descendiente de David, lo que Mateo y Lucas mencionan claramente en sus respectivas genealogías. Así pues, ¿qué mejor que situar su nacimiento en Belén, lugar simbólico por excelencia? Sin embargo, seamos claros, estas dudas no nos permiten decidirnos «a favor» o «en contra» de Belén. Tenemos que admitir que no sabemos dónde nació realmente Jesús.
En última instancia, estos ejemplos demuestran que los relatos bíblicos no son fuentes objetivas que los historiadores puedan explotar acríticamente. La complejidad de la relación entre la Biblia y la arqueología no debe desanimarnos; al contrario, debe despertar en nosotros la curiosidad de escrutar constantemente los textos sagrados en su contexto histórico y redaccional. Paradójicamente, este tipo de lectura es fructífera para el lector creyente, porque: ¿acaso la fe sólo se basa en certezas?
Viajar a Tierra Santa puede resultar sorprendente e incluso inquietante para los peregrinos. Los datos geográficos e históricos no siempre se corresponden exactamente con lo que se relata en el Antiguo o el Nuevo Testamento. Entonces, ¿cómo debemos considerar la relación entre la Biblia y la arqueología? ¿Quién tiene razón?
Hasta la primera mitad del siglo XX, la arqueología de las tierras bíblicas fue llevada a cabo principalmente por investigadores estadounidenses de formación religiosa conservadora. Para ellos, la arqueología se entendía generalmente como un apoyo a los textos bíblicos. Pero al convertirse poco a poco en una ciencia independiente de la Biblia, la arqueología se reveló como una amenaza para la fe, ya que en muchos puntos aportaba pruebas que contradecían incuestionablemente a la Biblia. Desde entonces, la relación entre la Biblia y la arqueología se ha vuelto cada vez más compleja, y han surgido diversas posturas. En aras de la simplicidad, empecemos mencionando los extremos de este espectro. Están representados por dos escuelas anglosajonas que siguen en conflicto hoy en día. Por un lado, están los «ortodoxos». Para ellos, los textos bíblicos pueden considerarse una fuente válida para reconstruir la historia de Israel y mantienen la cronología bíblica tradicional, tal como aparece en los propios relatos bíblicos. En el otro bando están los «revisionistas». Para ellos, el Antiguo Testamento es en gran parte ficción y la finalidad de su redacción es ideológica. Estos investigadores creen que es imposible reconstruir la historia del antiguo Israel a partir de la Biblia. Sin embargo, ambos grupos trabajan sobre la base de los mismos elementos. Esencialmente, comparten el mismo enfoque teórico y metodológico de los datos arqueológicos, pero discrepan sobre el valor que debe concederse a los datos arqueológicos.
Esto demuestra que la arqueología no es una ciencia «dura» o «exacta», sino que requiere interpretación.
Entre estos dos extremos, surgieron otras posturas. En la investigación europea, a partir de los años 70, «se impuso un escepticismo perfectamente sano sobre el valor histórico de estos textos»[1], explica Thomas Römer. Esta postura se estableció en particular gracias a la contribución de los germanófonos, que impulsaron el desarrollo de la crítica histórica de la Biblia. Pusieron de relieve el hecho de que Cada libro de la Biblia es fruto de un largo y complejo proceso de reescrituras sucesivas. Por tanto, un texto no corresponde a una sola época. A continuación daremos algunos ejemplos. Además, cada libro bíblico debía leerse ahora a la luz de los descubrimientos arqueológicos y de las inscripciones reales egipcias, asirias y babilónicas, que permitían completarlo, confirmarlo o corregirlo en algunos puntos. De hecho, aunque la Biblia es un documento que cuenta la historia, no es más neutral u objetivo que los escritos de los reinos vecinos, cada uno de los cuales cuenta la historia desde su propio punto de vista y según su propia ideología. Por tanto, comparar los textos bíblicos con los datos arqueológicos y epigráficos es una forma valiosa de trazar la historia de Israel y Judá de forma más objetiva.
Esto no significa que la Biblia no sea una herramienta útil para trazar la historia, sino que es necesario leerla críticamente, para poder desenmascarar las reconstrucciones teológicas e ideológicas que le han dado forma.
Pongamos dos ejemplos:
- En primer lugar, en el Antiguo Testamento. A los peregrinos les sorprenderá saber que prácticamente no quedan restos en Jerusalén de la supuesta época del gran rey Salomón, en el siglo X a.C.. Los edificios más importantes surgieron dos siglos después de él, en el siglo VIII a.C. Así pues, es posible que Salomón no fuera tan influyente como nos dice la Biblia (véase 1 Reyes 1-11). Entonces, ¿por qué exageró tanto la Biblia la gloria del rey Salomón? ¿Intenta la Biblia engañar a sus lectores? Por supuesto que no. Pero los textos que evocan la inigualable gloria del reino salomónico se escribieron mucho después de él, cuando la línea de reyes de Judá necesitaba darse un antepasado prestigioso, para legitimarse o justificar determinadas decisiones políticas.
En el Nuevo Testamento se produce el mismo fenómeno, por ejemplo en lo que se refiere al lugar del nacimiento de Jesús. Durante siglos, la tradición ha situado el nacimiento de Jesús en Belén, en el emplazamiento de la Basílica de la Natividad. Sin embargo, subsiste una duda. Los dos evangelistas que mencionan Belén difieren. Según el Evangelio de Mateo, José y María vivían en Belén (Mt 1,18-2,12), de donde huyeron a Egipto para regresar y establecerse en «una ciudad llamada Nazaret» (2,23). Según Lucas, la pareja subió de Nazaret a Belén para inscribirse en el censo (Lc 2,4-5), y luego regresó a «su ciudad, Nazaret» (2,39). Sin embargo, contrariamente a lo que afirma Lucas, el censo no obligó a la mujer, que además estaba embarazada, a recorrer doscientos kilómetros hasta Belén. ¿Podría ser que Jesús hubiera nacido en Nazaret? ¿Dónde vivían originalmente: en Nazaret o en Belén? Además, a lo largo de los Evangelios, a Jesús se le llama «el Nazareno» y siempre se hace referencia a Nazaret como su patria.
¿Por qué nunca se menciona Belén como lugar de origen de Jesús fuera de los relatos de la infancia? Es más, Belén dista mucho de ser neutral: es la ciudad de David (a diferencia de Nazaret, que es una aldea completamente desconocida en el resto de la Biblia). Para afirmar alto y claro el mesianismo de Jesús, éste debe ser, por supuesto, descendiente de David, lo que Mateo y Lucas mencionan claramente en sus respectivas genealogías. Así pues, ¿qué mejor que situar su nacimiento en Belén, lugar simbólico por excelencia? Sin embargo, seamos claros, estas dudas no nos permiten decidirnos «a favor» o «en contra» de Belén. Tenemos que admitir que no sabemos dónde nació realmente Jesús.
En última instancia, estos ejemplos demuestran que los relatos bíblicos no son fuentes objetivas que los historiadores puedan explotar acríticamente. La complejidad de la relación entre la Biblia y la arqueología no debe desanimarnos; al contrario, debe despertar en nosotros la curiosidad de escrutar constantemente los textos sagrados en su contexto histórico y redaccional. Paradójicamente, este tipo de lectura es fructífera para el lector creyente, porque: ¿acaso la fe sólo se basa en certezas?