Una manzana, una costilla y un par de cuernos problemáticos…
El hecho mismo de que la Biblia se escribiera en varias lenguas antiguas significa que nuestras traducciones a las lenguas modernas nunca terminarán de convencer. Porque «traducir es traicionar». O, dicho de otro modo, traducir es correr riesgos. Sí, traducir significa tomar decisiones, lo que significa que toda traducción es ya una interpretación. Éste es el reto al que nos enfrentamos cada vez que leemos la Biblia. Así que tenemos que estar dispuestos a dejarnos mover por los constantes avances en la precisión del lenguaje, para que siempre podamos comprender mejor lo que quiere decir el texto bíblico.
La Biblia adquiere nuevos colores, a veces sorprendentes, cuando las sucesivas lecturas a lo largo del tiempo nos ayudan a comprender mejor su significado. Tomemos un primer ejemplo -trivial, para ser sinceros-, el de la famosa manzana del Génesis 2-3. Quizá te sorprenda saber que no se menciona una manzana en este relato, en el que Dios enuncia una prohibición a nuestros primeros padres:
"El Señor Dios mandó al hombre: "Puedes comer del fruto de todos los árboles del jardín, pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comas de él, morirás". (Gn 2, 16-17)
Y luego :
"La mujer se dio cuenta de que el fruto del árbol debía ser sabroso, que era agradable a la vista y deseable, porque le daba entendimiento. Así que cogió parte del fruto y lo comió. Y dio un poco a su marido, y él comió. (Gén 3, 6)
Entonces, ¿cómo se convirtió la fruta indefinida en una manzana, hasta el punto de pasar a formar parte del imaginario colectivo cristiano? Sencillamente... por un error de lectura o quizá un juego de palabras... en latín. La traducción latina de la Biblia realizada por San Jerónimo, conocida como la Vulgata, reza "lignum scientiae boni et mali". Dado que el cristianismo había leído la Biblia exclusivamente en latín durante generaciones, mal (malum), aquí conjugado en mali, pasó a leerse como su homónimo "malum", la manzana.
Otro ejemplo, esta vez de consecuencias mucho mayores, puede tomarse del Génesis. Hay que analizar detenidamente varias palabras:
Entonces el Señor Dios hizo que cayera sobre él un sueño misterioso, y el hombre se quedó dormido. El Señor Dios tomó una de sus costillas y cerró la carne en su lugar. Con la costilla que había tomado del hombre, formó una mujer y se la trajo al hombre (Gn 2,21-22).
Debemos la traducción anterior a la Vulgata. Empecemos por la palabra "costilla". En toda la Biblia, la palabra hebrea nunca se refiere a una costilla, sino a un costado (compruébalo tú mismo en Ex 25:12; 2 Sam 16:13; 1 Re 7:3). El matiz puede parecer pequeño (sobre todo en francés), pero es significativo en cuanto al papel y el lugar de la mujer en las sociedades cristianas que han leído la Biblia de este modo durante casi veinte siglos. Así que las mujeres no vienen de... hueso, ¡por muy noble que sea!
Pero hay que ir un paso más allá. La mujer tampoco es una prolongación del cuerpo masculino, pues el término utilizado para designarla es indeterminado: procede del humano (adam), no del hombre (ish). De hecho, según este relato -tan antiguo y, por tanto, revolucionario para su época-, la mujer ya representa toda una parte del ser humano, su lado, es decir: la mitad del ser humano. Por tanto, debemos leer estos versículos de la siguiente manera:
Entonces el Señor Dios hizo que cayera sobre él un sueño misterioso, y el humano se quedó dormido. El Señor Dios tomó uno de sus costados y cerró la carne en su lugar. Con el costado que había quitado al hombre, hizo una mujer y se la trajo al hombre (Gn 2,21-22).
Vamos a explicarlo:
En la historia del Jardín del Edén, se llama la atención sobre la compleja interacción que tiene lugar en la designación de los compañeros humanos. Todo comienza, en el capítulo 2, con la mención de un adam (haadam), una criatura moldeada a partir de la tierra (haadamah), destinataria del mandato divino, que experimenta una soledad que la creación de animales se muestra incapaz de romper, y luego objeto de la extraña operación quirúrgica de la que son engendrados el hombre (ish) y la mujer (ishah) en Gn 2,23. En sentido estricto, el hombre, en su masculinidad, no existía antes de este versículo. Hasta entonces, el texto sólo ha conocido la figura enigmática de un humano prehumano, si nos atrevemos a decirlo así, que en cualquier caso no pertenece a nuestra experiencia. Como subraya repetidamente la exégesis contemporánea, sólo cuando aparece la mujer aparece el hombre, al mismo tiempo que la mujer. Éste es un punto esencial. Porque significa que, en el drama del texto, la mujer (ishah) no está hecha del hombre, sino del adam, del que también es engendrado el hombre (ish). Podemos ver el trastorno que introduce el respeto a este detalle. En concreto, significa que el misterioso letargo que Dios hace caer sobre Adán en Gn 2,21 envuelve el comienzo del otro en un estado de incógnita, tanto para el hombre como para la mujer. (Anne-Marie Pelletier, L'Eglise, des femmes avec des hommes, París, Cerf, 2019.)
¡Así es como un texto puede adquirir un significado muy diferente si se lee de forma distinta a como siempre hemos querido leerlo! Por último, hay que señalar que la versión litúrgica del texto bíblico en la Iglesia católica aún no ha incorporado -a día de hoy- la corrección de costilla por lado, o de hombre por humano... Es que... ¡lleva mucho tiempo cambiar dos mil años de costumbre!
Tomemos un último ejemplo. Sin duda habrás oído hablar de los "cuernos" de Moisés. En muchas obras de arte se representa a Moisés con cuernos. ¿Por qué están ahí?
"La respuesta tradicional a esta pregunta es que Jerónimo, el traductor de la Biblia al latín -que más tarde se convirtió en la Vulgata- cometió un error o, peor aún, quiso demonizar a la figura fundadora del judaísmo. Pero esta explicación es sin duda algo simplista, e incluso malintencionada hacia Jerónimo. El latín "et ignorabat quod cornuta esset facies sua" traduce el hebreo "oumoshè lo yada ki qaran 'o panaw" (Éxodo 34:29): "Moisés no se dio cuenta de que la piel de su rostro era 'qaran'". Casi todas las traducciones traducen la forma verbal qaran, que no he traducido, como "radiante, resplandeciente", como ya habían hecho los primeros traductores griegos. Sin embargo, esta raíz, que sólo está atestiguada en la Biblia en forma verbal en este relato del libro del Éxodo, está aparentemente vinculada a un sustantivo más ampliamente atestiguado, qèrèn, que en hebreo bíblico significa "cuerno". Parece, pues, que la traducción de Jerónimo es la correcta, y que debe ser rehabilitada en detrimento de las versiones griega y siríaca y de las interpretaciones judía y cristiana tradicionales". (Thomas Römer, Les cornes de Moïse, Collège de France, 2009)
¿Qué quiso decir el escritor bíblico cuando coronó a Moisés con un par de cuernos? Los cuernos simbolizan la fuerza de la divinidad. De hecho, el dios de las tormentas era representado por el toro en las antiguas civilizaciones de Oriente Próximo. Moisés, que es el mediador entre Dios y el pueblo, es calificado así de cercano a Dios. De hecho, en Ex 34 bajó de la montaña, donde Dios le honró una vez más poniéndose en su presencia. Moisés es el único hombre que goza de tal privilegio. Sólo a él le habló Dios cara a cara. Además, recordamos que en el capítulo 32 del Éxodo, el pueblo se había apartado del Dios verdadero adorando a un becerro de oro. Para que el pueblo comprendiera que la fuerza divina descansaba en Moisés, ¡irónicamente se le representaría con los mismos atributos que al becerro!
Como puedes ver, el trabajo de traducción es un trabajo interminable de interpretación. El Papa Benedicto XVI nos lo recordó:
La Escritura necesita interpretación, y necesita la comunidad en la que se formó y en la que se vive. Sólo en esa comunidad está unida la Escritura, y en esa comunidad se revela el sentido que unifica el conjunto. Dicho de otro modo: hay dimensiones del sentido de la Palabra y de las palabras que sólo se descubren en la comunión vivida de esta Palabra creadora de historia. A través de la percepción creciente de la pluralidad de sus significados, la Palabra no se devalúa, sino que aparece, por el contrario, en toda su grandeza y dignidad. Por eso el Catecismo de la Iglesia Católica puede afirmar con razón que el cristianismo no es, en sentido clásico, sólo una religión del libro (cf. n. 108). (Benedicto XVI, Discurso en el Colegio de los Bernardinos, 12 de septiembre de 2008)
¡Así que no temas dejarte conmover por estos nuevos descubrimientos! ¡Un texto sólo está vivo cuando se lee y se traduce! Y estar vivo implica necesariamente estar en movimiento, y por tanto cambiar y crecer. Y así crece el texto bíblico. Su significado se engrosa a medida que lo leemos, compartimos y comprendemos, de acuerdo con el hermoso adagio de San Gregorio Magno:
"La Escritura crece con quienes la leen". (San Gregorio Magno)
Una manzana, una costilla y un par de cuernos problemáticos…
El hecho mismo de que la Biblia se escribiera en varias lenguas antiguas significa que nuestras traducciones a las lenguas modernas nunca terminarán de convencer. Porque «traducir es traicionar». O, dicho de otro modo, traducir es correr riesgos. Sí, traducir significa tomar decisiones, lo que significa que toda traducción es ya una interpretación. Éste es el reto al que nos enfrentamos cada vez que leemos la Biblia. Así que tenemos que estar dispuestos a dejarnos mover por los constantes avances en la precisión del lenguaje, para que siempre podamos comprender mejor lo que quiere decir el texto bíblico.
La Biblia adquiere nuevos colores, a veces sorprendentes, cuando las sucesivas lecturas a lo largo del tiempo nos ayudan a comprender mejor su significado. Tomemos un primer ejemplo -trivial, para ser sinceros-, el de la famosa manzana del Génesis 2-3. Quizá te sorprenda saber que no se menciona una manzana en este relato, en el que Dios enuncia una prohibición a nuestros primeros padres:
"El Señor Dios mandó al hombre: "Puedes comer del fruto de todos los árboles del jardín, pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comas de él, morirás". (Gn 2, 16-17)
Y luego :
"La mujer se dio cuenta de que el fruto del árbol debía ser sabroso, que era agradable a la vista y deseable, porque le daba entendimiento. Así que cogió parte del fruto y lo comió. Y dio un poco a su marido, y él comió. (Gén 3, 6)
Entonces, ¿cómo se convirtió la fruta indefinida en una manzana, hasta el punto de pasar a formar parte del imaginario colectivo cristiano? Sencillamente... por un error de lectura o quizá un juego de palabras... en latín. La traducción latina de la Biblia realizada por San Jerónimo, conocida como la Vulgata, reza "lignum scientiae boni et mali". Dado que el cristianismo había leído la Biblia exclusivamente en latín durante generaciones, mal (malum), aquí conjugado en mali, pasó a leerse como su homónimo "malum", la manzana.
Otro ejemplo, esta vez de consecuencias mucho mayores, puede tomarse del Génesis. Hay que analizar detenidamente varias palabras:
Entonces el Señor Dios hizo que cayera sobre él un sueño misterioso, y el hombre se quedó dormido. El Señor Dios tomó una de sus costillas y cerró la carne en su lugar. Con la costilla que había tomado del hombre, formó una mujer y se la trajo al hombre (Gn 2,21-22).
Debemos la traducción anterior a la Vulgata. Empecemos por la palabra "costilla". En toda la Biblia, la palabra hebrea nunca se refiere a una costilla, sino a un costado (compruébalo tú mismo en Ex 25:12; 2 Sam 16:13; 1 Re 7:3). El matiz puede parecer pequeño (sobre todo en francés), pero es significativo en cuanto al papel y el lugar de la mujer en las sociedades cristianas que han leído la Biblia de este modo durante casi veinte siglos. Así que las mujeres no vienen de... hueso, ¡por muy noble que sea!
Pero hay que ir un paso más allá. La mujer tampoco es una prolongación del cuerpo masculino, pues el término utilizado para designarla es indeterminado: procede del humano (adam), no del hombre (ish). De hecho, según este relato -tan antiguo y, por tanto, revolucionario para su época-, la mujer ya representa toda una parte del ser humano, su lado, es decir: la mitad del ser humano. Por tanto, debemos leer estos versículos de la siguiente manera:
Entonces el Señor Dios hizo que cayera sobre él un sueño misterioso, y el humano se quedó dormido. El Señor Dios tomó uno de sus costados y cerró la carne en su lugar. Con el costado que había quitado al hombre, hizo una mujer y se la trajo al hombre (Gn 2,21-22).
Vamos a explicarlo:
En la historia del Jardín del Edén, se llama la atención sobre la compleja interacción que tiene lugar en la designación de los compañeros humanos. Todo comienza, en el capítulo 2, con la mención de un adam (haadam), una criatura moldeada a partir de la tierra (haadamah), destinataria del mandato divino, que experimenta una soledad que la creación de animales se muestra incapaz de romper, y luego objeto de la extraña operación quirúrgica de la que son engendrados el hombre (ish) y la mujer (ishah) en Gn 2,23. En sentido estricto, el hombre, en su masculinidad, no existía antes de este versículo. Hasta entonces, el texto sólo ha conocido la figura enigmática de un humano prehumano, si nos atrevemos a decirlo así, que en cualquier caso no pertenece a nuestra experiencia. Como subraya repetidamente la exégesis contemporánea, sólo cuando aparece la mujer aparece el hombre, al mismo tiempo que la mujer. Éste es un punto esencial. Porque significa que, en el drama del texto, la mujer (ishah) no está hecha del hombre, sino del adam, del que también es engendrado el hombre (ish). Podemos ver el trastorno que introduce el respeto a este detalle. En concreto, significa que el misterioso letargo que Dios hace caer sobre Adán en Gn 2,21 envuelve el comienzo del otro en un estado de incógnita, tanto para el hombre como para la mujer. (Anne-Marie Pelletier, L'Eglise, des femmes avec des hommes, París, Cerf, 2019.)
¡Así es como un texto puede adquirir un significado muy diferente si se lee de forma distinta a como siempre hemos querido leerlo! Por último, hay que señalar que la versión litúrgica del texto bíblico en la Iglesia católica aún no ha incorporado -a día de hoy- la corrección de costilla por lado, o de hombre por humano... Es que... ¡lleva mucho tiempo cambiar dos mil años de costumbre!
Tomemos un último ejemplo. Sin duda habrás oído hablar de los "cuernos" de Moisés. En muchas obras de arte se representa a Moisés con cuernos. ¿Por qué están ahí?
"La respuesta tradicional a esta pregunta es que Jerónimo, el traductor de la Biblia al latín -que más tarde se convirtió en la Vulgata- cometió un error o, peor aún, quiso demonizar a la figura fundadora del judaísmo. Pero esta explicación es sin duda algo simplista, e incluso malintencionada hacia Jerónimo. El latín "et ignorabat quod cornuta esset facies sua" traduce el hebreo "oumoshè lo yada ki qaran 'o panaw" (Éxodo 34:29): "Moisés no se dio cuenta de que la piel de su rostro era 'qaran'". Casi todas las traducciones traducen la forma verbal qaran, que no he traducido, como "radiante, resplandeciente", como ya habían hecho los primeros traductores griegos. Sin embargo, esta raíz, que sólo está atestiguada en la Biblia en forma verbal en este relato del libro del Éxodo, está aparentemente vinculada a un sustantivo más ampliamente atestiguado, qèrèn, que en hebreo bíblico significa "cuerno". Parece, pues, que la traducción de Jerónimo es la correcta, y que debe ser rehabilitada en detrimento de las versiones griega y siríaca y de las interpretaciones judía y cristiana tradicionales". (Thomas Römer, Les cornes de Moïse, Collège de France, 2009)
¿Qué quiso decir el escritor bíblico cuando coronó a Moisés con un par de cuernos? Los cuernos simbolizan la fuerza de la divinidad. De hecho, el dios de las tormentas era representado por el toro en las antiguas civilizaciones de Oriente Próximo. Moisés, que es el mediador entre Dios y el pueblo, es calificado así de cercano a Dios. De hecho, en Ex 34 bajó de la montaña, donde Dios le honró una vez más poniéndose en su presencia. Moisés es el único hombre que goza de tal privilegio. Sólo a él le habló Dios cara a cara. Además, recordamos que en el capítulo 32 del Éxodo, el pueblo se había apartado del Dios verdadero adorando a un becerro de oro. Para que el pueblo comprendiera que la fuerza divina descansaba en Moisés, ¡irónicamente se le representaría con los mismos atributos que al becerro!
Como puedes ver, el trabajo de traducción es un trabajo interminable de interpretación. El Papa Benedicto XVI nos lo recordó:
La Escritura necesita interpretación, y necesita la comunidad en la que se formó y en la que se vive. Sólo en esa comunidad está unida la Escritura, y en esa comunidad se revela el sentido que unifica el conjunto. Dicho de otro modo: hay dimensiones del sentido de la Palabra y de las palabras que sólo se descubren en la comunión vivida de esta Palabra creadora de historia. A través de la percepción creciente de la pluralidad de sus significados, la Palabra no se devalúa, sino que aparece, por el contrario, en toda su grandeza y dignidad. Por eso el Catecismo de la Iglesia Católica puede afirmar con razón que el cristianismo no es, en sentido clásico, sólo una religión del libro (cf. n. 108). (Benedicto XVI, Discurso en el Colegio de los Bernardinos, 12 de septiembre de 2008)
¡Así que no temas dejarte conmover por estos nuevos descubrimientos! ¡Un texto sólo está vivo cuando se lee y se traduce! Y estar vivo implica necesariamente estar en movimiento, y por tanto cambiar y crecer. Y así crece el texto bíblico. Su significado se engrosa a medida que lo leemos, compartimos y comprendemos, de acuerdo con el hermoso adagio de San Gregorio Magno:
"La Escritura crece con quienes la leen". (San Gregorio Magno)