La Biblia en general, pero el Antiguo Testamento en particular, es desgraciadamente tan poco conocido que algunas personas se preguntan si sigue mereciendo la pena leerlo, escucharlo en Misa y comentarlo. ¿Qué sentido tendría leer textos tan antiguos y oscuros?

En esta cuestión está en juego un asunto que, sin embargo, es de la máxima importancia. Como sabes, la primera persona que intentó eliminar el Antiguo Testamento de la Biblia, un tal Marción (siglo II), fue inmediatamente tachado de hereje. Desde los primeros siglos, cualquier intento de eliminar el Antiguo Testamento fue condenado enérgicamente por la Iglesia. Probablemente merezca la pena recordar las razones de ello, pues parece que muchos cristianos de hoy siguen teniendo la tentación de razonar como Marción.

Digámoslo sin rodeos: ¡no basta con leer los Evangelios, los Hechos de los Apóstoles o las cartas de Pablo para descubrir y comprender quién es Jesús! De hecho, sólo podemos comprender realmente quién es a través de todo el Antiguo Testamento. El propio Jesús lo atestiguó cuando reprochó a los dos discípulos de Emaús que tuvieran «corazones sin entendimiento, tardos para creer todo lo que han dicho los profetas».

«Y comenzando por Moisés y pasando por todos los Profetas, les interpretaba en todas las Escrituras lo que de Él se refería». (Lc 24, 27)

«Moisés» se refiere al Pentateuco (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio) y «los profetas» se refiere a los libros proféticos, así como a una gran parte de los llamados libros históricos. Esto significa que todo el Antiguo Testamento es indispensable para penetrar en la verdad y la riqueza del misterio de Jesucristo.

Caravaggio, La cena de Emaús

La finalidad principal de la economía del Antiguo Testamento era preparar la venida de Cristo, el Salvador de todos, y de su Reino mesiánico, anunciar proféticamente esta venida y significarla mediante diversas figuras. Dada la situación humana que precede a la salvación instituida por Cristo, los libros del Antiguo Testamento permiten conocer quién es Dios y quién es el hombre, así como la forma en que Dios, en su justicia y misericordia, actúa con la humanidad. Aunque estos libros contienen algunos elementos imperfectos y anticuados, son, sin embargo, testigos de una auténtica pedagogía divina. Por eso, los fieles de Cristo deben aceptarlos con veneración: en ellos se expresa un vivo sentido de Dios; en ellos se encuentran sublimes enseñanzas sobre Dios, saludable sabiduría sobre la vida humana, admirables tesoros de oración; en ellos, en fin, se oculta el misterio de nuestra salvación. (Vaticano II, Constitución Nuestra salvación. (Vaticano II, Constitución Dei Verbum, n. 15)

Eso sí, mucho antes de que el magisterio de la Iglesia se pronunciara al respecto, el propio Jesús ya era plenamente consciente de que era el mesías anunciado y esperado según las antiguas Escrituras:

«Escudriñáis las Escrituras porque creéis tener en ellas la vida eterna, y ellas dan testimonio de mí. (…) » Si creyerais a Moisés, también me creeríais a mí, porque él escribió de mí», dice Jesús. Jesús (Jn 5, 39.46)

En pocas palabras, esto significa que es esencial tomar toda la Biblia -el Antiguo y el Nuevo Testamento por igual- para acceder al misterio de Jesucristo muerto y resucitado.

Ilustremos esto con un episodio de los Hechos de los Apóstoles, capítulo 8. Un día, un judío etíope, eunuco, había venido en peregrinación a Jerusalén. Al volver a casa, sentado en su carro, leyó un fragmento del rollo del profeta Isaías, pero no fue capaz de captar su significado. El Espíritu Santo envió al diácono Felipe para que se uniera al carro. Se entabló una conversación entre Felipe y el etíope:

«El eunuco se volvió hacia Felipe y le dijo: «Por favor, ¿de quién habla el profeta? ¿De sí mismo o de otro?» Felipe tomó entonces la palabra y, partiendo de este texto de la Escritura, le comunicó la Buena Nueva sobre Jesús.» (Hechos 8, 34-35)

La respuesta de Felipe vincula las antiguas Escrituras con la vida de Jesús. Jesús es la clave que permite al etíope comprender el significado del texto de Isaías. El cumplimiento de las Escrituras en la persona de Jesús toca al etíope en lo más profundo de su fe. Bajó de su carro y pidió a Felipe que le bautizara en el nombre de Jesucristo en aquel mismo momento. Aquel día, el etíope entró en la plenitud de la Revelación y de la salvación en Jesucristo. Incluso hoy, la salvación de Jesucristo nos llega a través de las Escrituras y los sacramentos.

 

Rembrandt, El Bautismo del Eunuco

Este episodio nos lleva a una primera conclusión. La figura de Jesucristo, Hijo de Dios y Mesías-Salvador, está contenida y preparada en el Antiguo Testamento:

Sólo a la luz de las «figuras» del Antiguo Testamento podemos comprender plenamente el significado del acontecimiento de Cristo, que se cumplió en su muerte y resurrección. De ahí la necesidad de redescubrir, tanto en la práctica catequética y en la predicación como en los tratados teológicos, la aportación indispensable del Antiguo Testamento, que debe ser leído y asimilado como un alimento precioso. (Papa Francisco, Scripturae Sacrae Affectus, 30 de septiembre de 2020)

Por último, surge una segunda conclusión. El sentido de las Escrituras antiguas sólo se revela plenamente a la luz del acontecimiento de Jesucristo. De ahí el conocido adagio de San Agustín de que los dos Testamentos son inseparables:

«El Nuevo Testamento está oculto en el Antiguo, mientras que el Antiguo se revela en el Nuevo». (Citado en el Catecismo de la Iglesia Católica, nº 129)

Emanuelle Pastore

La Biblia en general, pero el Antiguo Testamento en particular, es desgraciadamente tan poco conocido que algunas personas se preguntan si sigue mereciendo la pena leerlo, escucharlo en Misa y comentarlo. ¿Qué sentido tendría leer textos tan antiguos y oscuros?

En esta cuestión está en juego un asunto que, sin embargo, es de la máxima importancia. Como sabes, la primera persona que intentó eliminar el Antiguo Testamento de la Biblia, un tal Marción (siglo II), fue inmediatamente tachado de hereje. Desde los primeros siglos, cualquier intento de eliminar el Antiguo Testamento fue condenado enérgicamente por la Iglesia. Probablemente merezca la pena recordar las razones de ello, pues parece que muchos cristianos de hoy siguen teniendo la tentación de razonar como Marción.

Digámoslo sin rodeos: ¡no basta con leer los Evangelios, los Hechos de los Apóstoles o las cartas de Pablo para descubrir y comprender quién es Jesús! De hecho, sólo podemos comprender realmente quién es a través de todo el Antiguo Testamento. El propio Jesús lo atestiguó cuando reprochó a los dos discípulos de Emaús que tuvieran «corazones sin entendimiento, tardos para creer todo lo que han dicho los profetas».

«Y comenzando por Moisés y pasando por todos los Profetas, les interpretaba en todas las Escrituras lo que de Él se refería». (Lc 24, 27)

«Moisés» se refiere al Pentateuco (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio) y «los profetas» se refiere a los libros proféticos, así como a una gran parte de los llamados libros históricos. Esto significa que todo el Antiguo Testamento es indispensable para penetrar en la verdad y la riqueza del misterio de Jesucristo.

Caravaggio, La cena de Emaús

La finalidad principal de la economía del Antiguo Testamento era preparar la venida de Cristo, el Salvador de todos, y de su Reino mesiánico, anunciar proféticamente esta venida y significarla mediante diversas figuras. Dada la situación humana que precede a la salvación instituida por Cristo, los libros del Antiguo Testamento permiten conocer quién es Dios y quién es el hombre, así como la forma en que Dios, en su justicia y misericordia, actúa con la humanidad. Aunque estos libros contienen algunos elementos imperfectos y anticuados, son, sin embargo, testigos de una auténtica pedagogía divina. Por eso, los fieles de Cristo deben aceptarlos con veneración: en ellos se expresa un vivo sentido de Dios; en ellos se encuentran sublimes enseñanzas sobre Dios, saludable sabiduría sobre la vida humana, admirables tesoros de oración; en ellos, en fin, se oculta el misterio de nuestra salvación. (Vaticano II, Constitución Nuestra salvación. (Vaticano II, Constitución Dei Verbum, n. 15)

Eso sí, mucho antes de que el magisterio de la Iglesia se pronunciara al respecto, el propio Jesús ya era plenamente consciente de que era el mesías anunciado y esperado según las antiguas Escrituras:

«Escudriñáis las Escrituras porque creéis tener en ellas la vida eterna, y ellas dan testimonio de mí. (…) » Si creyerais a Moisés, también me creeríais a mí, porque él escribió de mí», dice Jesús. Jesús (Jn 5, 39.46)

En pocas palabras, esto significa que es esencial tomar toda la Biblia -el Antiguo y el Nuevo Testamento por igual- para acceder al misterio de Jesucristo muerto y resucitado.

Ilustremos esto con un episodio de los Hechos de los Apóstoles, capítulo 8. Un día, un judío etíope, eunuco, había venido en peregrinación a Jerusalén. Al volver a casa, sentado en su carro, leyó un fragmento del rollo del profeta Isaías, pero no fue capaz de captar su significado. El Espíritu Santo envió al diácono Felipe para que se uniera al carro. Se entabló una conversación entre Felipe y el etíope:

«El eunuco se volvió hacia Felipe y le dijo: «Por favor, ¿de quién habla el profeta? ¿De sí mismo o de otro?» Felipe tomó entonces la palabra y, partiendo de este texto de la Escritura, le comunicó la Buena Nueva sobre Jesús.» (Hechos 8, 34-35)

La respuesta de Felipe vincula las antiguas Escrituras con la vida de Jesús. Jesús es la clave que permite al etíope comprender el significado del texto de Isaías. El cumplimiento de las Escrituras en la persona de Jesús toca al etíope en lo más profundo de su fe. Bajó de su carro y pidió a Felipe que le bautizara en el nombre de Jesucristo en aquel mismo momento. Aquel día, el etíope entró en la plenitud de la Revelación y de la salvación en Jesucristo. Incluso hoy, la salvación de Jesucristo nos llega a través de las Escrituras y los sacramentos.

 

Rembrandt, El Bautismo del Eunuco

Este episodio nos lleva a una primera conclusión. La figura de Jesucristo, Hijo de Dios y Mesías-Salvador, está contenida y preparada en el Antiguo Testamento:

Sólo a la luz de las «figuras» del Antiguo Testamento podemos comprender plenamente el significado del acontecimiento de Cristo, que se cumplió en su muerte y resurrección. De ahí la necesidad de redescubrir, tanto en la práctica catequética y en la predicación como en los tratados teológicos, la aportación indispensable del Antiguo Testamento, que debe ser leído y asimilado como un alimento precioso. (Papa Francisco, Scripturae Sacrae Affectus, 30 de septiembre de 2020)

Por último, surge una segunda conclusión. El sentido de las Escrituras antiguas sólo se revela plenamente a la luz del acontecimiento de Jesucristo. De ahí el conocido adagio de San Agustín de que los dos Testamentos son inseparables:

«El Nuevo Testamento está oculto en el Antiguo, mientras que el Antiguo se revela en el Nuevo». (Citado en el Catecismo de la Iglesia Católica, nº 129)

Emanuelle Pastore