¿Corresponde Jesús al mesías de Israel esperado y anunciado en el Antiguo Testamento?
La pregunta que nos hacemos hoy es si hay alguna prueba en el Antiguo Testamento de que Jesús es el Mesías. ¿Podemos considerar que Jesús cumple todas las profecías del Antiguo Testamento? La respuesta a esta pregunta depende de cómo leamos la Biblia. Dejemos claro desde el principio que esta cuestión ha dividido a cristianos y judíos desde el siglo I d.C. hasta nuestros días. El tema es extremadamente complejo. Nuestra respuesta no pretende ser exhaustiva ni apologética. Más bien intentaremos explicar cómo una lectura cristiana de las Escrituras de Israel permitió reconocer el mesianismo de Jesús.
Mosaico de Cristo Pantocrátor, Santa Sofía, Estambul Foto: E. Pastore
Jesús de Nazaret afirmaba ser el verdadero heredero del Antiguo Testamento -la «Escritura»- y aportar su interpretación auténtica, una interpretación que, ciertamente, no era a la manera de los doctos, sino que procedía de la autoridad del propio Autor: «Enseñaba como quien tiene autoridad (divina) y no como los escribas» (Mc 1,22). El relato de Emaús vuelve a expresar esta afirmación: «Hablando de Moisés y de todos los profetas, les interpretaba en todas las Escrituras lo que le concernía» (Lc 24,27). Los autores del Nuevo Testamento trataron de fundamentar detalladamente esta afirmación, Mateo con gran insistencia, pero también Pablo, que utilizó métodos rabínicos de interpretación y trató de demostrar que esta interpretación desarrollada por los escribas conducía a Cristo como clave de las «Escrituras». (Pontificia Comisión Bíblica, El pueblo judío y sus Sagradas Escrituras en la Biblia cristianaPrefacio)
Leer las Escrituras a la luz de Jesucristo
Diferentes formas de leer las Escrituras
Pero he aquí la cuestión. Aparentemente, el hecho de que Jesús sea el mesías largamente esperado no es inmediatamente evidente. La prueba es que se necesitan innumerables explicaciones para demostrarlo (Evangelios, cartas, discursos…). E incluso con estas ingeniosas explicaciones, muchos judíos no creen. ¿Cuál es el problema? Probablemente en las diferentes formas posibles de leer el Antiguo Testamento, pero también en las diferentes ideas que la gente tenía del Mesías en el siglo I d.C… y que los judíos siguen teniendo.
San Jerónimo y Santa Paula trabajando día y noche para traducir las Escrituras, gruta de San Jerónimo, Basílica de la Natividad, Belén Foto: E. Pastore
Pongamos cuatro ejemplos:
«El Señor lo ha jurado, no lo negará: «Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec». (Sal 110,4)
Los judíos esperaban y siguen esperando un mesías-sacerdote. Pero Jesús no ofició como sacerdote en el Templo. Entonces, ¿cómo podemos sostener que fue sacerdote? A través del episodio de Zacarías e Isabel, prima de María, el evangelista Lucas da a entender que la familia de María era una familia sacerdotal. A través de su madre, Jesús pertenecería quizá a la línea de Aarón. De hecho, sólo la Carta a los Hebreos se refiere explícitamente al sacerdocio de Jesús, describiéndole como sumo sacerdote soberano (Heb 4,14). El único problema es que no es un sumo sacerdote en el mismo sentido que los sumos sacerdotes que conocimos:
«Sí, éste es precisamente el sumo sacerdote que necesitamos, santo, inocente, inmaculado, separado desde ahora de los pecadores, exaltado más alto que los cielos, que no está obligado cada día, como los sumos sacerdotes, a ofrecer víctimas primero por sus propios pecados y luego por los del pueblo, pues esto lo hizo una vez para siempre ofreciéndose a sí mismo». (Heb 7, 26-27)
Jesús es un sumo sacerdote muy distinto de los que degollaban animales en el altar de los sacrificios. No ofrece animales, sino a sí mismo. No lo hace por sus propios pecados, sino por los del pueblo. Es santo y está más alto que los cielos. Es un hombre, pero no se confunde con los pecadores. Está elevado a un rango divino y salva a los pecadores. En resumen, ¡Jesús es Sumo Sacerdote de una forma totalmente nueva e inesperada!
2. Según las Escrituras, el mesías debe ser rey
«Subirá un retoño del tronco de Jesé, brotará un retoño de sus raíces; sobre él reposará el Espíritu del Señor, el espíritu de la sabiduría y de la inteligencia, el espíritu del consejo y de la fortaleza, el espíritu del conocimiento y del temor del Señor. Y reposará sobre él el Espíritu del Señor, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de temor del Señor». (Is 11, 1-2)
Los judíos esperaban y siguen esperando un mesías de la línea real de David. Este rey esperado debía salvar a los israelitas de la opresión romana. Los evangelistas tratan la cuestión de la realeza de Jesús de formas muy distintas. Para Mateo, Jesús formaba parte de la línea davídica a través de José, que era de la tribu de Judá (véase la genealogía de Jesús en Mateo 1). Lucas y Mateo insisten en que Jesús nació en Belén, el lugar de nacimiento del rey David. Pero para Juan, la realeza de Jesús se explica de forma muy distinta: «Mi reino no es de este mundo», dijo Jesús a Pilato (Jn 18,36). Jesús no es un mesías-rey que ha levantado un ejército en este mundo para derrocar al invasor. Es un rey muy distinto, un rey que combate al enemigo sometiéndose a él, un rey que vence al mal con el bien, un rey cuyo trono es la cruz.
Hay que admitir que el sacerdocio y la realeza mesiánicos de Jesús no eran evidentes. Los judíos esperaban un mesías-rey o sacerdote glorioso. Pero Jesús no se presentó así. Al tomar el camino del sufrimiento y de una muerte ignominiosa en la cruz, Jesús no encajaba en ninguna categoría mesiánica de su época. Por eso, la relectura del Antiguo Testamento por los autores del Nuevo Testamento dio lugar a interpretaciones completamente nuevas del mesías.
3. Según las Escrituras, el Mesías debe reconstruir el Templo de Jerusalén
El Templo es el lugar donde Dios está presente. El Templo de Jerusalén fue destruido por los romanos en el año 70 d.C.. Nunca ha sido reconstruido. La expectativa mesiánica se basa en varias profecías:
«El Templo será reconstruido». (Ezequiel 40)
«En cuanto a los hijos de los extranjeros, que se apegan al Señor para servirle, para amar el nombre del Señor, para hacerse sus siervos, todos los que observan el sábado sin profanarlo, firmemente apegados a mi alianza, los llevaré a mi monte santo, los colmaré de alegría en mi casa de oración. Sus holocaustos y sacrificios serán aceptados sobre mi altar, porque mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos». (Isaías 56:6-7)
Por supuesto, Jesús no reconstruyó el Templo de Jerusalén en el sentido material. La cuestión del Templo es tratada de forma original por el evangelista Juan en varias ocasiones:
«Respondieron los judíos y le dijeron: «¿Qué señal nos muestras para hacer esto?». Jesús les contestó: «Destruid este santuario, y en tres días lo levantaré.» Entonces los judíos le dijeron: «Se han necesitado cuarenta y seis años para construir este santuario, ¿y tú lo levantarás en tres días?». Pero él hablaba del santuario de su cuerpo. Así que, cuando resucitó de entre los muertos, sus discípulos se acordaron de que había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado.» (Jn 2, 18-22)
Con Juan, entendemos que el culto continúa de otra forma con y en el propio Jesús, pues es su cuerpo resucitado el que describe como templo. A partir de ahora, es en él y por él, es decir, en toda su persona, como oramos al Padre. Jesús es el único mediador entre el Padre y la humanidad. Es más, podemos decir que, al igual que el Templo albergaba la presencia divina, a partir de ahora es en Jesús donde reposa la presencia del Padre.
Es en Él donde nos encontramos ahora con el Padre, y no en un templo hecho de piedras y situado en un lugar concreto. Esta convicción reaparece en el encuentro entre Jesús y la mujer samaritana. Los judíos habían estado debatiendo con los samaritanos sobre dónde debía estar situado el Templo:
Jesús le dijo: «Créeme, mujer, llega la hora en que no adoraréis al Padre en este monte ni en Jerusalén […]. [Pero llega la hora -y ahora es- en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque tales son los adoradores que el Padre busca. Dios es espíritu, y los que adoran deben adorar en espíritu y en verdad». (Jn 4, 21.23-24)
Jesús, como es su costumbre en el Evangelio de Juan, utiliza palabras que están en un registro completamente distinto al de sus oyentes. Éstos esperaban una respuesta concreta y material sobre el Templo de piedra, el Templo de Jerusalén, pero Jesús responde transponiendo sus expectativas a su propia persona, al Templo que es su Cuerpo.
A esto se añade al menos otra dificultad (muy grande) para los judíos: la reivindicación mesiánica de Jesús adquiere una dimensión divina. Jesús no sólo estableció un nuevo culto en un nuevo templo, sino que también afirmó ser uno con el Padre (Jn 10,30). Ahora bien, para los judíos, esto se entiende como una blasfemia, ya que ningún hombre puede hacerse igual a Dios. Es fácil ver que las cuestiones teológicas que dividen a judíos y cristianos distan mucho de ser triviales. Llegan al corazón de la fe cristiana. Fueron objeto de los grandes debates cristológicos y trinitarios de los primeros siglos de la Iglesia. Ocuparon a los teólogos de la Edad Media y siguen siendo objeto de desarrollo en la actualidad.
4. Según las Escrituras, el mesías debe establecer la paz definitiva en la tierra
«Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero de paz, el mensajero de buenas nuevas de salvación, que dice a Sión: ‘Tu Dios reina'». (Is 52, 7)
«Entonces los habitantes de las ciudades de Israel irán y quemarán sus armas, escudos y rodelas, arcos y flechas, jabalinas y lanzas. Las quemarán durante siete años. (Ez 39, 9)
Cuando observamos nuestro mundo, está claro que la guerra y el sufrimiento no han desaparecido. Para los judíos, la venida de Jesús no cambió nada. Por tanto, no puede ser el mesías. A primera vista, nada ha cambiado. Pero ¿es realmente así? ¿Cuál era el mensaje de Jesús sobre el problema del mal? Con sus palabras y con su ejemplo de dar la vida, sin devolver mal por mal, sino perdonando, Jesús abrió un camino de paz más poderoso que el de la violencia. Con su resurrección, muestra que la muerte ha sido vencida. En Jesús se nos dan los medios para atravesar en paz las injusticias y tragedias de nuestra vida. A esto hay que añadir que Jesús cura todas las heridas, ya en este mundo, a quienes han tenido la experiencia de encontrarse con él. Así que, sí, ¡podemos decir que todo ha cambiado realmente con él! Ésa es la fe de los cristianos.
En conclusión
Los cristianos reconocen que Jesús es el Mesías de Israel leyendo la Biblia. Pero no son las correspondencias literarias entre los dos testamentos las que nos permiten saberlo. Pues el Reino que Jesús inaugura se sitúa a la vez en continuidadpero al mismo tiempo rompe con lo antiguo, pues lo que instaura es radicalmente nuevo. Por tanto, no basta con leer para creer. El encuentro con Jesús vivo y resucitado es, ante todo, ¡una cuestión de fe!
Emanuelle Pastore
Para saber más
¿Corresponde Jesús al mesías de Israel esperado y anunciado en el Antiguo Testamento?
La pregunta que nos hacemos hoy es si hay alguna prueba en el Antiguo Testamento de que Jesús es el Mesías. ¿Podemos considerar que Jesús cumple todas las profecías del Antiguo Testamento? La respuesta a esta pregunta depende de cómo leamos la Biblia. Dejemos claro desde el principio que esta cuestión ha dividido a cristianos y judíos desde el siglo I d.C. hasta nuestros días. El tema es extremadamente complejo. Nuestra respuesta no pretende ser exhaustiva ni apologética. Más bien intentaremos explicar cómo una lectura cristiana de las Escrituras de Israel permitió reconocer el mesianismo de Jesús.
Mosaico de Cristo Pantocrátor, Santa Sofía, Estambul Foto: E. Pastore
Jesús de Nazaret afirmaba ser el verdadero heredero del Antiguo Testamento -la «Escritura»- y aportar su interpretación auténtica, una interpretación que, ciertamente, no era a la manera de los doctos, sino que procedía de la autoridad del propio Autor: «Enseñaba como quien tiene autoridad (divina) y no como los escribas» (Mc 1,22). El relato de Emaús vuelve a expresar esta afirmación: «Hablando de Moisés y de todos los profetas, les interpretaba en todas las Escrituras lo que le concernía» (Lc 24,27). Los autores del Nuevo Testamento trataron de fundamentar detalladamente esta afirmación, Mateo con gran insistencia, pero también Pablo, que utilizó métodos rabínicos de interpretación y trató de demostrar que esta interpretación desarrollada por los escribas conducía a Cristo como clave de las «Escrituras». (Pontificia Comisión Bíblica, El pueblo judío y sus Sagradas Escrituras en la Biblia cristianaPrefacio)
Leer las Escrituras a la luz de Jesucristo
Diferentes formas de leer las Escrituras
Pero he aquí la cuestión. Aparentemente, el hecho de que Jesús sea el mesías largamente esperado no es inmediatamente evidente. La prueba es que se necesitan innumerables explicaciones para demostrarlo (Evangelios, cartas, discursos…). E incluso con estas ingeniosas explicaciones, muchos judíos no creen. ¿Cuál es el problema? Probablemente en las diferentes formas posibles de leer el Antiguo Testamento, pero también en las diferentes ideas que la gente tenía del Mesías en el siglo I d.C… y que los judíos siguen teniendo.
San Jerónimo y Santa Paula trabajando día y noche para traducir las Escrituras, gruta de San Jerónimo, Basílica de la Natividad, Belén Foto: E. Pastore
Pongamos cuatro ejemplos:
«El Señor lo ha jurado, no lo negará: «Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec». (Sal 110,4)
Los judíos esperaban y siguen esperando un mesías-sacerdote. Pero Jesús no ofició como sacerdote en el Templo. Entonces, ¿cómo podemos sostener que fue sacerdote? A través del episodio de Zacarías e Isabel, prima de María, el evangelista Lucas da a entender que la familia de María era una familia sacerdotal. A través de su madre, Jesús pertenecería quizá a la línea de Aarón. De hecho, sólo la Carta a los Hebreos se refiere explícitamente al sacerdocio de Jesús, describiéndole como sumo sacerdote soberano (Heb 4,14). El único problema es que no es un sumo sacerdote en el mismo sentido que los sumos sacerdotes que conocimos:
«Sí, éste es precisamente el sumo sacerdote que necesitamos, santo, inocente, inmaculado, separado desde ahora de los pecadores, exaltado más alto que los cielos, que no está obligado cada día, como los sumos sacerdotes, a ofrecer víctimas primero por sus propios pecados y luego por los del pueblo, pues esto lo hizo una vez para siempre ofreciéndose a sí mismo». (Heb 7, 26-27)
Jesús es un sumo sacerdote muy distinto de los que degollaban animales en el altar de los sacrificios. No ofrece animales, sino a sí mismo. No lo hace por sus propios pecados, sino por los del pueblo. Es santo y está más alto que los cielos. Es un hombre, pero no se confunde con los pecadores. Está elevado a un rango divino y salva a los pecadores. En resumen, ¡Jesús es Sumo Sacerdote de una forma totalmente nueva e inesperada!
2. Según las Escrituras, el mesías debe ser rey
«Subirá un retoño del tronco de Jesé, brotará un retoño de sus raíces; sobre él reposará el Espíritu del Señor, el espíritu de la sabiduría y de la inteligencia, el espíritu del consejo y de la fortaleza, el espíritu del conocimiento y del temor del Señor. Y reposará sobre él el Espíritu del Señor, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de temor del Señor». (Is 11, 1-2)
Los judíos esperaban y siguen esperando un mesías de la línea real de David. Este rey esperado debía salvar a los israelitas de la opresión romana. Los evangelistas tratan la cuestión de la realeza de Jesús de formas muy distintas. Para Mateo, Jesús formaba parte de la línea davídica a través de José, que era de la tribu de Judá (véase la genealogía de Jesús en Mateo 1). Lucas y Mateo insisten en que Jesús nació en Belén, el lugar de nacimiento del rey David. Pero para Juan, la realeza de Jesús se explica de forma muy distinta: «Mi reino no es de este mundo», dijo Jesús a Pilato (Jn 18,36). Jesús no es un mesías-rey que ha levantado un ejército en este mundo para derrocar al invasor. Es un rey muy distinto, un rey que combate al enemigo sometiéndose a él, un rey que vence al mal con el bien, un rey cuyo trono es la cruz.
Hay que admitir que el sacerdocio y la realeza mesiánicos de Jesús no eran evidentes. Los judíos esperaban un mesías-rey o sacerdote glorioso. Pero Jesús no se presentó así. Al tomar el camino del sufrimiento y de una muerte ignominiosa en la cruz, Jesús no encajaba en ninguna categoría mesiánica de su época. Por eso, la relectura del Antiguo Testamento por los autores del Nuevo Testamento dio lugar a interpretaciones completamente nuevas del mesías.
3. Según las Escrituras, el Mesías debe reconstruir el Templo de Jerusalén
El Templo es el lugar donde Dios está presente. El Templo de Jerusalén fue destruido por los romanos en el año 70 d.C.. Nunca ha sido reconstruido. La expectativa mesiánica se basa en varias profecías:
«El Templo será reconstruido». (Ezequiel 40)
«En cuanto a los hijos de los extranjeros, que se apegan al Señor para servirle, para amar el nombre del Señor, para hacerse sus siervos, todos los que observan el sábado sin profanarlo, firmemente apegados a mi alianza, los llevaré a mi monte santo, los colmaré de alegría en mi casa de oración. Sus holocaustos y sacrificios serán aceptados sobre mi altar, porque mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos». (Isaías 56:6-7)
Por supuesto, Jesús no reconstruyó el Templo de Jerusalén en el sentido material. La cuestión del Templo es tratada de forma original por el evangelista Juan en varias ocasiones:
«Respondieron los judíos y le dijeron: «¿Qué señal nos muestras para hacer esto?». Jesús les contestó: «Destruid este santuario, y en tres días lo levantaré.» Entonces los judíos le dijeron: «Se han necesitado cuarenta y seis años para construir este santuario, ¿y tú lo levantarás en tres días?». Pero él hablaba del santuario de su cuerpo. Así que, cuando resucitó de entre los muertos, sus discípulos se acordaron de que había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado.» (Jn 2, 18-22)
Con Juan, entendemos que el culto continúa de otra forma con y en el propio Jesús, pues es su cuerpo resucitado el que describe como templo. A partir de ahora, es en él y por él, es decir, en toda su persona, como oramos al Padre. Jesús es el único mediador entre el Padre y la humanidad. Es más, podemos decir que, al igual que el Templo albergaba la presencia divina, a partir de ahora es en Jesús donde reposa la presencia del Padre.
Es en Él donde nos encontramos ahora con el Padre, y no en un templo hecho de piedras y situado en un lugar concreto. Esta convicción reaparece en el encuentro entre Jesús y la mujer samaritana. Los judíos habían estado debatiendo con los samaritanos sobre dónde debía estar situado el Templo:
Jesús le dijo: «Créeme, mujer, llega la hora en que no adoraréis al Padre en este monte ni en Jerusalén […]. [Pero llega la hora -y ahora es- en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque tales son los adoradores que el Padre busca. Dios es espíritu, y los que adoran deben adorar en espíritu y en verdad». (Jn 4, 21.23-24)
Jesús, como es su costumbre en el Evangelio de Juan, utiliza palabras que están en un registro completamente distinto al de sus oyentes. Éstos esperaban una respuesta concreta y material sobre el Templo de piedra, el Templo de Jerusalén, pero Jesús responde transponiendo sus expectativas a su propia persona, al Templo que es su Cuerpo.
A esto se añade al menos otra dificultad (muy grande) para los judíos: la reivindicación mesiánica de Jesús adquiere una dimensión divina. Jesús no sólo estableció un nuevo culto en un nuevo templo, sino que también afirmó ser uno con el Padre (Jn 10,30). Ahora bien, para los judíos, esto se entiende como una blasfemia, ya que ningún hombre puede hacerse igual a Dios. Es fácil ver que las cuestiones teológicas que dividen a judíos y cristianos distan mucho de ser triviales. Llegan al corazón de la fe cristiana. Fueron objeto de los grandes debates cristológicos y trinitarios de los primeros siglos de la Iglesia. Ocuparon a los teólogos de la Edad Media y siguen siendo objeto de desarrollo en la actualidad.
4. Según las Escrituras, el mesías debe establecer la paz definitiva en la tierra
«Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero de paz, el mensajero de buenas nuevas de salvación, que dice a Sión: ‘Tu Dios reina'». (Is 52, 7)
«Entonces los habitantes de las ciudades de Israel irán y quemarán sus armas, escudos y rodelas, arcos y flechas, jabalinas y lanzas. Las quemarán durante siete años. (Ez 39, 9)
Cuando observamos nuestro mundo, está claro que la guerra y el sufrimiento no han desaparecido. Para los judíos, la venida de Jesús no cambió nada. Por tanto, no puede ser el mesías. A primera vista, nada ha cambiado. Pero ¿es realmente así? ¿Cuál era el mensaje de Jesús sobre el problema del mal? Con sus palabras y con su ejemplo de dar la vida, sin devolver mal por mal, sino perdonando, Jesús abrió un camino de paz más poderoso que el de la violencia. Con su resurrección, muestra que la muerte ha sido vencida. En Jesús se nos dan los medios para atravesar en paz las injusticias y tragedias de nuestra vida. A esto hay que añadir que Jesús cura todas las heridas, ya en este mundo, a quienes han tenido la experiencia de encontrarse con él. Así que, sí, ¡podemos decir que todo ha cambiado realmente con él! Ésa es la fe de los cristianos.
En conclusión
Los cristianos reconocen que Jesús es el Mesías de Israel leyendo la Biblia. Pero no son las correspondencias literarias entre los dos testamentos las que nos permiten saberlo. Pues el Reino que Jesús inaugura se sitúa a la vez en continuidadpero al mismo tiempo rompe con lo antiguo, pues lo que instaura es radicalmente nuevo. Por tanto, no basta con leer para creer. El encuentro con Jesús vivo y resucitado es, ante todo, ¡una cuestión de fe!
Emanuelle Pastore