Muchos pasajes de los Evangelios evocan la actividad terapéutica de Jesús. Pero, ¿están realmente atestiguados sus milagros? ¿Debemos creer en ellos? ¿Cuál es el significado de estos milagros? ¿Sigue haciendo Jesús milagros hoy en día?

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Catedral Sant’Angelo in Formis, Capua, siglo XI

Empecemos por releer un fragmento del Evangelio según San Mateo:

Los dos capítulos que preceden a este pasaje (Mt 8-9) relatan precisamente diez milagros realizados por Jesús. No son todos del mismo orden. Algunos consisten en curaciones físicas, otros en exorcismos, otros en la revivificación de muertos y otros en maravillas naturales. En todos los casos, siempre se trata de liberar a la persona de un mal que la amenaza y la hace sufrir. Este ministerio de terapeuta por parte de Jesús no deja lugar a dudas en el plano histórico: todos los evangelistas hablan de él, incluso los evangelios apócrifos y ciertas fuentes judías.

Pero, ¿cuál es el significado de estos milagros? Jesús lo anuncia alto y claro: los milagros acompañan la llegada del Reino. El anuncio de la Buena Nueva por parte de Jesús no va sin los signos que lo atestiguan. En pocas palabras: lo que Jesús anuncia -la llegada del Reino- lo hace con gestos. Su Palabra es verdaderamente eficaz. Hace lo que dice, a la manera de Dios creador que, en el Génesis, crea a través de su Palabra: «Hágase la luz… Y se hizo la luz. «Así que Jesús no hace otra cosa que una nueva creación. ¿En qué consiste esta recreación? Nos hace hombres y mujeres libres de la opresión del mal, ya sea físico (enfermedad), moral (todo tipo de sufrimiento interior), espiritual (posesión diabólica). Entendamos bien cuando decimos que nos libra del mal: Jesús no curó a todos los enfermos de su tiempo, sino sólo a los pocos que estaban en su camino. Sin embargo, todos los demás, como nosotros mismos, aunque seguimos siendo víctimas del mal, ahora sabemos que el mal no tiene la última palabra. Aunque la violencia y la injusticia nos han han querido llevar hasta la muerte, sabemos que el mal ha sido derrotado. Sabemos que el mal en todas sus formas se somete o se someterá a Jesucristo. Las curaciones realizadas por Jesús son el presagio de la mayor victoria que la humanidad no podría haber conseguido por sí misma: la victoria sobre la muerte. ¿Hay alguna buena noticia más decisiva que ésta? Con los signos que hace, Jesús nos asegura que el Reino ya está aquí, que ya ha empezado con él y que nosotros somos sus destinatarios. Los milagros no son actos de magia para seducir a las multitudes. «Lo extraordinario no provoca la fe, ¡viene en confirmación de la Palabra! «, dijo algún día un teólogo. Los milagros no pretenden convencer a las multitudes, sino confirmar la palabra de Jesús.

Finalmente, en nuestro pasaje, se dice que Jesús transmitió su práctica terapéutica a sus discípulos. Esto significa que la lucha contra el mal continúa en el tiempo de la Iglesia. ¿Qué hay de los milagros hoy en día? Los signos del reino son claramente visibles hoy en día, y de diferentes maneras. Los milagros siguen existiendo y algunas personas tienen un verdadero carisma de curación, mientras que otras siguen expulsando demonios. Pero no debemos olvidar estos otros signos, sin duda menos espectaculares, que se celebran diariamente en la Iglesia. Consciente de las aspiraciones, expectativas y sufrimientos de los hombres, la Iglesia sigue anunciando el Reino y realizando los signos que lo acompañan mediante la celebración de los sacramentos, nos recuerda el Concilio Vaticano II (LG n°39-40). No menospreciemos la gracia que los sacramentos nos hacen experimentar cuando los recibimos humildemente y con fe: paz, liberación interior de todos los obstáculos, alimento espiritual y fuerza para avanzar en el camino de nuestra vida a través de tantas incertidumbres.

 

Emanuelle Pastore