Una relación compleja

¿Cómo podemos evaluar la historicidad de los relatos bíblicos? ¿Hasta qué punto son creíbles? Cuando hojeas libros sobre la historia de Israel destinados a un público académico o culto, te das cuenta de que casi todos siguen la cronología bíblica: los Patriarcas, Moisés y el Éxodo, la conquista de la tierra, la época de los Jueces, el reino unido de David y Salomón, los dos reinos de Israel y Judá hasta la caída de Samaria en el 722 a.C., el reino de Judá hasta la destrucción de Jerusalén en el 587 a.C., y luego la restauración de Jerusalén y Judá en la época persa. Hoy ya no cabe duda de que las historias de los Patriarcas, la salida de Egipto y la conquista de la tierra, y el periodo de los Jueces no reflejan periodos sucesivos y fechables. Al contrario, son leyendas o mitos originales que posteriormente se ordenaron cronológicamente. Para reconstruir la historia de Israel y Judá, debemos utilizar todos los datos de que disponemos, empezando por los arqueológicos.

Al menos en la investigación europea, desde la década de 1970, los textos del Pentateuco en particular -algunos de los cuales se habían considerado muy antiguos, remontándose a principios del primer milenio a.C.- se consideran mucho más recientes. Por este motivo, existe un sano escepticismo sobre el valor histórico de estos textos, que ahora se consideran construcciones teológicas. Dado que su escritura presupone a menudo el final del reino de Judá, la destrucción del Templo de Jerusalén y el exilio babilónico, se ha considerado ilegítimo utilizar estos textos para rastrear los orígenes de Israel y de su dios.

Sin embargo, esto pasa por alto el hecho de que las historias contenidas en el Pentateuco y en las demás partes de la Biblia hebrea no son obra de intelectuales sentados tras sus escritorios: la literatura bíblica es una literatura de tradición; quienes la escribieron la recibieron, y luego tuvieron amplias oportunidades de transformarla e interpretarla, de reescribirla de nuevo modificando las versiones más antiguas.

A veces de forma drástica, pero en la mayoría de los casos basándose en núcleos arcaicos que pueden haber sido escritos muy tardíamente, aunque conservando «rastros de memoria» de tradiciones y acontecimientos anteriores. El hecho de que la Biblia hebrea no sea la literatura de un autor queda confirmado por el hecho de que estos textos son anónimos y no llevan firma. El autor desaparece tras el documento que transmite, revisa y edita.

En otras palabras, aunque evidentemente es imposible considerar los relatos bíblicos como fuentes objetivas, no obstante contienen datos que, en parte, es posible que los historiadores exploten, siempre que realicen una lectura crítica para extraerlos de su ganga mítica e ideológica.

Los orígenes de Israel

La historia de Israel y Judá se sitúa sobre todo en el contexto geográfico del Levante, correspondiente a los actuales países de Israel/Palestina, Jordania, Líbano y Siria. A lo largo de su historia, esta región ha sido codiciada y controlada por los imperios, primero por Egipto en el segundo milenio, luego por los asirios, babilonios, persas, griegos y romanos en el primer milenio a.C. Geográfica y políticamente, la historia del Levante está intrínsecamente ligada a la historia del «Creciente Fértil», expresión que hace referencia a los territorios ricos en lluvias y fértiles que se extienden desde Mesopotamia (los actuales Irak e Irán) hasta Egipto, incluyendo el territorio en torno a los ríos Éufrates y Tigris, y el Levante.

Es interesante observar que el patriarca Abraham, desde el principio de su historia, realizó un largo viaje durante el cual atravesó todo el Creciente Fértil. Su familia partió de la ciudad de Ur (Warka) y luego se estableció en Harran, en Siria; desde allí, Abraham recorrió la tierra de Canaán, deteniéndose en lugares estratégicos como Siquem y Betel, para descender después al Néguev, al Sur y, desde allí, a Egipto (Gn 11-12). En términos geográficos, este viaje abarcó todo el Creciente Fértil; en términos históricos, los territorios que recorrió Abraham eran lugares donde vivían judíos exiliados o emigrados durante el periodo persa (siglos V-IV). Este ejemplo demuestra que los textos del Pentateuco no deben leerse como relatos históricos; fueron escritos mucho después de la época que describen.

Arriba: itinerario de Abraham según Gn 12-25.

Arqueología en Israel/Palestina

La arqueología de Levante ha realizado enormes progresos en los últimos cincuenta años; sobre todo, se ha emancipado del yugo de un entorno bíblico conservador que quería que la «arqueología bíblica» demostrara que la Biblia era cierta. La arqueología en Israel/Palestina, tal como la lleva a cabo una nueva generación de investigadores como Israel Finkelstein, Oded Lipschits, Aren Maeir y muchos otros, insiste en la autonomía de la arqueología, que no puede ser una disciplina auxiliar movilizada para legitimar tal o cual opción religiosa o política. Gracias a la arqueología, ahora disponemos de un gran número de inscripciones y otros documentos escritos, así como de pruebas iconográficas (sellos, estatuillas, ostraca, etc.) que son de gran importancia para el historiador.

Por lo que respecta al uso de la Biblia en la reconstrucción de la historia de Israel y Judá, desde hace algún tiempo existe una polémica entre los «maximalistas», para quienes la Biblia tiene razón mientras no haya pruebas irrefutables de lo contrario, y los «minimalistas», para quienes la Biblia no es una fuente válida para reconstruir la historia del final del segundo milenio y la primera mitad del primero a.C; A lo sumo, permite comprender las posiciones ideológicas de ciertas corrientes del judaísmo surgidas a finales del periodo persa o a principios del periodo helenístico. Ambas posturas son difíciles de mantener: la postura maximalista es contraria al código deontológico del historiador; en cuanto a la postura minimalista, pasa por alto el hecho de que los textos bíblicos, por muy ideológicos que sean, pueden conservar rastros de acontecimientos históricos y tradiciones antiguas.

Fuente bibliográfica :
T. Römer, La invención de Dios, París, Seuil, 2014.

Una relación compleja

¿Cómo podemos evaluar la historicidad de los relatos bíblicos? ¿Hasta qué punto son creíbles? Cuando hojeas libros sobre la historia de Israel destinados a un público académico o culto, te das cuenta de que casi todos siguen la cronología bíblica: los Patriarcas, Moisés y el Éxodo, la conquista de la tierra, la época de los Jueces, el reino unido de David y Salomón, los dos reinos de Israel y Judá hasta la caída de Samaria en el 722 a.C., el reino de Judá hasta la destrucción de Jerusalén en el 587 a.C., y luego la restauración de Jerusalén y Judá en la época persa. Hoy ya no cabe duda de que las historias de los Patriarcas, la salida de Egipto y la conquista de la tierra, y el periodo de los Jueces no reflejan periodos sucesivos y fechables. Al contrario, son leyendas o mitos originales que posteriormente se ordenaron cronológicamente. Para reconstruir la historia de Israel y Judá, debemos utilizar todos los datos de que disponemos, empezando por los arqueológicos.

Al menos en la investigación europea, desde la década de 1970, los textos del Pentateuco en particular -algunos de los cuales se habían considerado muy antiguos, remontándose a principios del primer milenio a.C.- se consideran mucho más recientes. Por este motivo, existe un sano escepticismo sobre el valor histórico de estos textos, que ahora se consideran construcciones teológicas. Dado que su escritura presupone a menudo el final del reino de Judá, la destrucción del Templo de Jerusalén y el exilio babilónico, se ha considerado ilegítimo utilizar estos textos para rastrear los orígenes de Israel y de su dios.

Sin embargo, esto pasa por alto el hecho de que las historias contenidas en el Pentateuco y en las demás partes de la Biblia hebrea no son obra de intelectuales sentados tras sus escritorios: la literatura bíblica es una literatura de tradición; quienes la escribieron la recibieron, y luego tuvieron amplias oportunidades de transformarla e interpretarla, de reescribirla de nuevo modificando las versiones más antiguas.

A veces de forma drástica, pero en la mayoría de los casos basándose en núcleos arcaicos que pueden haber sido escritos muy tardíamente, aunque conservando «rastros de memoria» de tradiciones y acontecimientos anteriores. El hecho de que la Biblia hebrea no sea la literatura de un autor queda confirmado por el hecho de que estos textos son anónimos y no llevan firma. El autor desaparece tras el documento que transmite, revisa y edita.

En otras palabras, aunque evidentemente es imposible considerar los relatos bíblicos como fuentes objetivas, no obstante contienen datos que, en parte, es posible que los historiadores exploten, siempre que realicen una lectura crítica para extraerlos de su ganga mítica e ideológica.

Los orígenes de Israel

La historia de Israel y Judá se sitúa sobre todo en el contexto geográfico del Levante, correspondiente a los actuales países de Israel/Palestina, Jordania, Líbano y Siria. A lo largo de su historia, esta región ha sido codiciada y controlada por los imperios, primero por Egipto en el segundo milenio, luego por los asirios, babilonios, persas, griegos y romanos en el primer milenio a.C. Geográfica y políticamente, la historia del Levante está intrínsecamente ligada a la historia del «Creciente Fértil», expresión que hace referencia a los territorios ricos en lluvias y fértiles que se extienden desde Mesopotamia (los actuales Irak e Irán) hasta Egipto, incluyendo el territorio en torno a los ríos Éufrates y Tigris, y el Levante.

Es interesante observar que el patriarca Abraham, desde el principio de su historia, realizó un largo viaje durante el cual atravesó todo el Creciente Fértil. Su familia partió de la ciudad de Ur (Warka) y luego se estableció en Harran, en Siria; desde allí, Abraham recorrió la tierra de Canaán, deteniéndose en lugares estratégicos como Siquem y Betel, para descender después al Néguev, al Sur y, desde allí, a Egipto (Gn 11-12). En términos geográficos, este viaje abarcó todo el Creciente Fértil; en términos históricos, los territorios que recorrió Abraham eran lugares donde vivían judíos exiliados o emigrados durante el periodo persa (siglos V-IV). Este ejemplo demuestra que los textos del Pentateuco no deben leerse como relatos históricos; fueron escritos mucho después de la época que describen.

Arriba: itinerario de Abraham según Gn 12-25.

Arqueología en Israel/Palestina

La arqueología de Levante ha realizado enormes progresos en los últimos cincuenta años; sobre todo, se ha emancipado del yugo de un entorno bíblico conservador que quería que la «arqueología bíblica» demostrara que la Biblia era cierta. La arqueología en Israel/Palestina, tal como la lleva a cabo una nueva generación de investigadores como Israel Finkelstein, Oded Lipschits, Aren Maeir y muchos otros, insiste en la autonomía de la arqueología, que no puede ser una disciplina auxiliar movilizada para legitimar tal o cual opción religiosa o política. Gracias a la arqueología, ahora disponemos de un gran número de inscripciones y otros documentos escritos, así como de pruebas iconográficas (sellos, estatuillas, ostraca, etc.) que son de gran importancia para el historiador.

Por lo que respecta al uso de la Biblia en la reconstrucción de la historia de Israel y Judá, desde hace algún tiempo existe una polémica entre los «maximalistas», para quienes la Biblia tiene razón mientras no haya pruebas irrefutables de lo contrario, y los «minimalistas», para quienes la Biblia no es una fuente válida para reconstruir la historia del final del segundo milenio y la primera mitad del primero a.C; A lo sumo, permite comprender las posiciones ideológicas de ciertas corrientes del judaísmo surgidas a finales del periodo persa o a principios del periodo helenístico. Ambas posturas son difíciles de mantener: la postura maximalista es contraria al código deontológico del historiador; en cuanto a la postura minimalista, pasa por alto el hecho de que los textos bíblicos, por muy ideológicos que sean, pueden conservar rastros de acontecimientos históricos y tradiciones antiguas.

Fuente bibliográfica :
T. Römer, La invención de Dios, París, Seuil, 2014.