En su Evangelio, Juan ofrece toda una meditación sobre la identidad de Jesús: ¿Quién es? ¿De dónde viene? ¿Adónde va? Estas preguntas han interesado a los creyentes de todas las épocas, empezando por los contemporáneos de Jesús, luego los cristianos de la segunda generación y así hasta nosotros. Descubramos la respuesta de Juan.
21 Jesús les dijo: «Me voy; me estaréis buscando y moriréis en vuestro pecado. A donde yo voy, vosotros no podéis ir. 22 Dijeron los judíos: «¿Quiere entonces suicidarse, puesto que dice: «Adonde yo voy, vosotros no podéis ir»?» 23 Él les dijo: «Vosotros sois de abajo; yo soy de arriba. Vosotros sois de este mundo; yo no soy de este mundo. 24 Por eso os he dicho que moriréis en vuestros pecados. Porque si no creéis que YO SOY, moriréis en vuestros pecados. 25 Entonces le preguntaron: «Tú, ¿quién eres?». Jesús respondió: «No he dejado de decíroslo. 26 Tengo mucho que decir y juzgar sobre vosotros. Pero el que me ha enviado dice la verdad, y lo que he oído de él se lo digo al mundo. 27 Ellos no comprendieron que les hablaba del Padre. 28 Jesús les dijo: «Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces comprenderéis que YO SOY y que no hago nada por mí mismo; lo que digo aquí lo digo como el Padre me ha enseñado. 29 El que me ha enviado está conmigo; no me ha dejado solo, porque siempre hago lo que le agrada.» 30 Cuando Jesús dijo esto, muchos creyeron en él (Juan 8:21-30).
Jesús empieza explicando que va a donde no podemos seguirle si no tenemos fe: «si no creéis…». Y no fe en general, sino fe… ¡en él! ¡En su persona! «Si no creéis que YO SOY». Entonces, ¿es Jesús tan grande como el Dios en el que los creyentes deben depositar su fe? Esto debería sorprender a los judíos que creen en el Dios único.
Entonces Jesús dice que él es «de arriba», mientras que ellos son «de abajo». Arriba (o las alturas) es, por excelencia, el lugar donde Dios se encuentra. Recordemos que Dios se revela la mayoría de las veces en la cima de una montaña, como hizo a Moisés en el monte Sinaí y a Elías en el monte Horebpor ejemplo. ¿Cómo puede Jesús pronunciar legítimamente palabras que le sitúan en el mismo lugar de Dios, a menos que él mismo sea Dios?
Pero el argumento de Jesús no se detiene ahí. Añade que los que no quieran aceptar o reconocer lo que se acaba de decir morirán de y en su pecado. La implicación es que los otros, los que creen, serán liberados del pecado. Pero en la Biblia, sólo Dios puede perdonar los pecados. Entonces, ¿Jesús es como Dios? ¿Capaz de perdonar los pecados? De hecho, sólo unos versículos antes, Jesús despidió a la adúltera sin condenarla por su pecado, sino liberándola del peso de su pecado…
Incluso los que somos lectores cristianos y creyentes debemos dejarnos sorprender por las palabras de Jesús y, sobre todo, no acostumbrarnos a escucharlas. Un hombre que se hace igual a Dios o es realmente igual o está loco. No hay otra alternativa. El evangelista Juan lo sabe bien. Y por eso no cesa de explicar este gran misterio a la luz de toda la historia de la larga y lenta revelación de Dios a la humanidad, revelación que no puede comprenderse al margen de los acontecimientos vividos por el pueblo judío.
Por cierto, ¿has reconocido uno de los principales episodios de la historia de la revelación en el trasfondo de las palabras de Jesús? Es el episodio en el que Dios se muestra a Moisés y le habla a través del sorprendente fenómeno de la zarza ardiente, que se encuentra en el capítulo 3 del libro del Éxodo:
13 Moisés dijo a Dios: «Iré, pues, a los hijos de Israel y les diré: ‘El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros’. 14 Dios dijo a Moisés: «Yo soy el que soy. Esto es lo que has de decir a los hijos de Israel: ‘El que me ha enviado a vosotros soy YO’. 15 Dios dijo a Moisés: «Di a los hijos de Israel: ‘El que me ha enviado a vosotros es Yahveh, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob. Éste es mi nombre para siempre; por él me recordaréis de generación en generación» (Éxodo 3:13-15).
Aquí, por primera vez, Dios dice cuál es su nombre: «Yo soy». Un nombre cuyo significado sigue siendo misterioso, pero que ya dice algo sobre Dios. Tal vez signifique que Dios no tiene origen, o que es el Dios de la vida… En cualquier caso, no debemos sentirnos decepcionados por no poder comprender con mayor profundidad el significado de este nombre. Para el hombre bíblico, conocer el nombre de otro es poseerlo, tener control sobre él. Pero eso está siempre fuera de lugar cuando se trata de Dios. Por eso los judíos prefieren no pronunciar nunca el nombre divino. Por respeto, no lo pronunciamos, para no permitir que nos burlemos de él. Así se protege el misterio de Dios, respetando al mismo tiempo Su grandeza. Por eso, el nombre divino se escribe sólo con consonantes -YHWH-, lo que lo hace impronunciable.
Precisamente en el Evangelio de hoy, Jesús se refiere dos veces a sí mismo como «YO SOY». No ocupa el lugar de Dios, sino que parece compartirlo con él, pues afirma haber sido enviado por él, hacer siempre lo que le agrada y no decir nada sin haber sido enseñado por él. En otro pasaje, Jesús dice que es «uno» con el Padre. En definitiva, en Jesús, el Dios que es el todo-otro por excelencia, el que está «en lo alto», decide ponerse a disposición de la humanidad. Es «el Verbo hecho carne», que se deja ver y tocar, como anunció Juan al principio de su Evangelio.
«Ante estas palabras de Jesús, muchos creyeron en él. Entremos también nosotros en este misterio por la fe, como hicieron muchos judíos al oír las palabras de Jesús. No permanezcamos atrapados en el pecado de endurecimiento que nos llevaría a la muerte.
En su Evangelio, Juan ofrece toda una meditación sobre la identidad de Jesús: ¿Quién es? ¿De dónde viene? ¿Adónde va? Estas preguntas han interesado a los creyentes de todas las épocas, empezando por los contemporáneos de Jesús, luego los cristianos de la segunda generación y así hasta nosotros. Descubramos la respuesta de Juan.
21 Jesús les dijo: «Me voy; me estaréis buscando y moriréis en vuestro pecado. A donde yo voy, vosotros no podéis ir. 22 Dijeron los judíos: «¿Quiere entonces suicidarse, puesto que dice: «Adonde yo voy, vosotros no podéis ir»?» 23 Él les dijo: «Vosotros sois de abajo; yo soy de arriba. Vosotros sois de este mundo; yo no soy de este mundo. 24 Por eso os he dicho que moriréis en vuestros pecados. Porque si no creéis que YO SOY, moriréis en vuestros pecados. 25 Entonces le preguntaron: «Tú, ¿quién eres?». Jesús respondió: «No he dejado de decíroslo. 26 Tengo mucho que decir y juzgar sobre vosotros. Pero el que me ha enviado dice la verdad, y lo que he oído de él se lo digo al mundo. 27 Ellos no comprendieron que les hablaba del Padre. 28 Jesús les dijo: «Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces comprenderéis que YO SOY y que no hago nada por mí mismo; lo que digo aquí lo digo como el Padre me ha enseñado. 29 El que me ha enviado está conmigo; no me ha dejado solo, porque siempre hago lo que le agrada.» 30 Cuando Jesús dijo esto, muchos creyeron en él (Juan 8:21-30).
Jesús empieza explicando que va a donde no podemos seguirle si no tenemos fe: «si no creéis…». Y no fe en general, sino fe… ¡en él! ¡En su persona! «Si no creéis que YO SOY». Entonces, ¿es Jesús tan grande como el Dios en el que los creyentes deben depositar su fe? Esto debería sorprender a los judíos que creen en el Dios único.
Entonces Jesús dice que él es «de arriba», mientras que ellos son «de abajo». Arriba (o las alturas) es, por excelencia, el lugar donde Dios se encuentra. Recordemos que Dios se revela la mayoría de las veces en la cima de una montaña, como hizo a Moisés en el monte Sinaí y a Elías en el monte Horebpor ejemplo. ¿Cómo puede Jesús pronunciar legítimamente palabras que le sitúan en el mismo lugar de Dios, a menos que él mismo sea Dios?
Pero el argumento de Jesús no se detiene ahí. Añade que los que no quieran aceptar o reconocer lo que se acaba de decir morirán de y en su pecado. La implicación es que los otros, los que creen, serán liberados del pecado. Pero en la Biblia, sólo Dios puede perdonar los pecados. Entonces, ¿Jesús es como Dios? ¿Capaz de perdonar los pecados? De hecho, sólo unos versículos antes, Jesús despidió a la adúltera sin condenarla por su pecado, sino liberándola del peso de su pecado…
Incluso los que somos lectores cristianos y creyentes debemos dejarnos sorprender por las palabras de Jesús y, sobre todo, no acostumbrarnos a escucharlas. Un hombre que se hace igual a Dios o es realmente igual o está loco. No hay otra alternativa. El evangelista Juan lo sabe bien. Y por eso no cesa de explicar este gran misterio a la luz de toda la historia de la larga y lenta revelación de Dios a la humanidad, revelación que no puede comprenderse al margen de los acontecimientos vividos por el pueblo judío.
Por cierto, ¿has reconocido uno de los principales episodios de la historia de la revelación en el trasfondo de las palabras de Jesús? Es el episodio en el que Dios se muestra a Moisés y le habla a través del sorprendente fenómeno de la zarza ardiente, que se encuentra en el capítulo 3 del libro del Éxodo:
13 Moisés dijo a Dios: «Iré, pues, a los hijos de Israel y les diré: ‘El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros’. 14 Dios dijo a Moisés: «Yo soy el que soy. Esto es lo que has de decir a los hijos de Israel: ‘El que me ha enviado a vosotros soy YO’. 15 Dios dijo a Moisés: «Di a los hijos de Israel: ‘El que me ha enviado a vosotros es Yahveh, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob. Éste es mi nombre para siempre; por él me recordaréis de generación en generación» (Éxodo 3:13-15).
Aquí, por primera vez, Dios dice cuál es su nombre: «Yo soy». Un nombre cuyo significado sigue siendo misterioso, pero que ya dice algo sobre Dios. Tal vez signifique que Dios no tiene origen, o que es el Dios de la vida… En cualquier caso, no debemos sentirnos decepcionados por no poder comprender con mayor profundidad el significado de este nombre. Para el hombre bíblico, conocer el nombre de otro es poseerlo, tener control sobre él. Pero eso está siempre fuera de lugar cuando se trata de Dios. Por eso los judíos prefieren no pronunciar nunca el nombre divino. Por respeto, no lo pronunciamos, para no permitir que nos burlemos de él. Así se protege el misterio de Dios, respetando al mismo tiempo Su grandeza. Por eso, el nombre divino se escribe sólo con consonantes -YHWH-, lo que lo hace impronunciable.
Precisamente en el Evangelio de hoy, Jesús se refiere dos veces a sí mismo como «YO SOY». No ocupa el lugar de Dios, sino que parece compartirlo con él, pues afirma haber sido enviado por él, hacer siempre lo que le agrada y no decir nada sin haber sido enseñado por él. En otro pasaje, Jesús dice que es «uno» con el Padre. En definitiva, en Jesús, el Dios que es el todo-otro por excelencia, el que está «en lo alto», decide ponerse a disposición de la humanidad. Es «el Verbo hecho carne», que se deja ver y tocar, como anunció Juan al principio de su Evangelio.
«Ante estas palabras de Jesús, muchos creyeron en él. Entremos también nosotros en este misterio por la fe, como hicieron muchos judíos al oír las palabras de Jesús. No permanezcamos atrapados en el pecado de endurecimiento que nos llevaría a la muerte.